La pequeña Andreína concentra toda su atención en la solitaria vela colocada al centro del pastel. Un silencio momentáneo en el coro de voces es la señal, ha llegado el gran momento. Inspira todo lo que puede y sopla con fuerza. Mientras se apaga la luz escucha con alegría el batir de palmas que aplauden en su honor. Mira vivazmente a cada uno de los asistentes: su madre y tres compañeritos de la cuadra.
Este cumpleaños número nueve ha sido distinto a otros más recientes. Desde que la niña comenzó la escuela, su madre ha tenido la costumbre de celebrarle los cumpleaños en el aula de clases, rodeada de sus compañeros. De ese modo la niña va fortaleciendo la empatía con el ambiente escolar.
Pero ahora la escuela no está abierta. La llegada del covid-19 ha obligado a clausurar sus puertas. Es una de las tantas medidas tomadas por las autoridades para evitar la propagación del temible virus. El proceso educativo de Andreína y el resto de sus compañeritos está suspendido por tiempo indefinido.
Para Andreína y sus compañeros de escuela, unos trescientos aproximadamente, la situación educativa se ha vuelto complicada. Ni ellos ni sus maestros cuentan con los recursos tecnológicos que han servido de paliativos en otras partes. En su localidad escasea el internet, los computadores y los teléfonos inteligentes. Así que para ellos la única opción disponible es ver el tiempo pasar.
Algunos padres han pensado una posible solución. Colocar en los solares de las casas unos pocos asientos y convertirlos en locales ad hoc donde un pequeño grupo de niños pudiera ser atendido. Serían unas pocas horas cada semana en la que maestros itinerantes pasaran por cada sitio. Los representantes ven esto como una salida viable. Sin embargo, el funcionamiento de tal idea requiere de una gran logística, que solo pudiera llevarse a cabo mediante un compromiso del Estado. Hasta ahora no ha sido así…
La educación es, sin duda, uno de los sectores más afectados por la pandemia. Millones de niños en todo el mundo han visto como su progreso se estanca, para ellos el camino hacia una vida mejor se ha detenido, sus futuros lucen inciertos.
Como suele suceder en un mundo tan desigual como el que tenemos, el problema se acentúa en las comunidades más necesitadas. En los países que cuentan con las infraestructuras y los recursos suficientes para enfrentar la crisis la actividad escolar ha podido continuar, con muchas restricciones, es verdad, pero no se ha detenido totalmente. Por el contrario, en los países pobres, como donde vive Andreína, la situación ha sido dramática. No solo se ha suspendido la asistencia a las aulas, sino casi todo lo que tiene que ver con el proceso educativo de las nuevas generaciones.
Es comprensible que en los primeros meses de la pandemia todos los esfuerzos se hayan enfocado al tema de la salud. Las crisis tienen esa peculiaridad, obligan a establecer prioridades. Pero luego de casi un año surge la necesidad de comenzar a imaginar soluciones factibles para darle continuidad a la educación de los niños.
En los países pobres es indispensable la ayuda internacional para facilitar la continuidad del proceso educativo. Es necesario que a nivel global se articulen redes de ayuda. Así como se organizan campañas para donar mascarillas, guantes y demás insumos para minimizar la propagación de la enfermedad. Del mismo modo se pudieran organizar campañas para dotar a los niños de los países empobrecidos con los insumos tecnológicos que les permitieran no quedarse rezagados.
Sobre ese aspecto se están dando iniciativas particulares. Hay personas que se dedican a recolectar celulares, tabletas pasadas de moda, ordenadores de vieja generación, wifis de poco alcance, productos que están a punto de ser desechados por sus propietarios, para donarlos a los niños sin recursos. La cantidad de bienes tecnológicos que se desechan en buenas condiciones a nivel mundial es gigantesca. Con un poco de buena voluntad se pueden hacer llegar muchos de esos productos hasta los países pobres y ser distribuidos por los organismos internacionales con experiencia en el área.
Este 24 de enero se celebra el día internacional de la educación. Con esta celebración los organismos internacionales han querido llamar la atención sobre la importancia que tiene la educación en el mundo, no solo como una vía privilegiada para la superación personal, sino como el camino más adecuado para construir un mundo de paz. Es en la educación formal donde las personas aprenden los valores comunes y los códigos morales para poder participar de la mejor forma posible en la vida social.
La pandemia nos sigue retando a encontrar salidas a los nuevos problemas generados por la vida en restricción. Todos podemos contribuir a imaginar soluciones y dar el aporte que esté a nuestro alcance para que no se paralice la educación de los niños. Siempre es bueno recordar que los niños de hoy son los hombres del mañana.
Escrito por: @irvic
Edición e imágenes: @fermionico