El camino a la felicidad | Contenido Original

Rafael no despega la vista de la ventana. Se frota las manos ansiosamente. A esa hora le gusta mirar al estacionamiento, sabe que en cualquier momento el leve rugido del portón le indicará la llegada de la  camioneta negra donde viene su querido padre.

A sus siete años el niño es un afortunado. Vive en un cómodo apartamento, en la planta baja de un edificio con una cuidada jardinería,  rodeado de todos los juguetes tecnológicos que el dinero puede comprar.

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Como a casi todos los niños de su edad a él también le divierten los juegos de videos, con los que se entretiene la mayor parte del día. La naturaleza lo ha dotado de cierto talento natural hacia la pintura, a muchos de sus familiares le llama la atención el colorido y la armonía que el pequeño niño logra plasmar en sus bocetos.

Como cada tarde sostiene entre sus manos una o dos hojas con los dibujos que ha hecho durante la tarde, luego de atender las tareas del colegio. Como cada tarde su padre entrará muy serio y taciturno al hogar, dejará su lujoso maletín de cuero, desatará el nudo de la corbata, preguntará cómo está todo y mirará la mano extendida de Rafael mostrándole su arte. Con una leve inclinación de cabeza mirará con descuido los dibujos del niño, los apartará sin mayor emoción, se encerrará en su cuarto, se duchará y si está de buen ánimo cenará con Rafael y su madre.

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El pequeño no cesa de preguntarse, qué será lo que está haciendo mal. Por qué su padre, a quien tanto quiere, no le puede decir lo que otros extraños y familiares le han comentado tantas veces, que sus dibujos son lindos, que emocionan, que parecen hechos por una persona mayor. Hasta ha llegado a preguntarse por qué mienten los demás.

Rafael daría cualquier cosa por escuchar, de la figura que él considera más importante, alguna palabra de aliento sobre sus logros. Le encantaría saber cómo es tener un reconocimiento de parte de su padre…

Nuestra estima se va constituyendo a  lo largo del tiempo, es la sumatoria de una serie de vivencias en las que cada pequeño logro va creando fortalezas que nos ayudan a desarrollar una imagen de sí mismos. Con ella cada uno de nosotros se presenta ante los demás.

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Todos sin excepción necesitamos reconocimiento para cimentar una imagen donde nos veamos como triunfadores. En ausencia de esos elogios, grandes o pequeños, de esas necesarias muestras de aprecio, podemos correr el riesgo de desarrollar un autoconcepto donde nos percibamos como personas de poco valor.

Ya en la edad de nuestro personaje de la historia, el pequeño Rafael, tenemos andado un buen camino. A ese pequeñín le está haciendo mucho daño la actitud de indiferencia de su padre. Con esa duda existencial sobre el valor de sus realizaciones tiene todas las cartas para desarrollar una personalidad con baja estima. Nada que no sea superable con el correr del tiempo, con mucho trabajo de conocimiento personal y con una gran decisión de sobreponerse a lo que le ha tocado. Pero indudablemente la tiene más difícil que aquel que ha crecido en un ambiente nutritivo donde logró desarrollar una estima de gran valor.

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Existe una estrecha relación entre autoestima y felicidad. Las personas con alta autoestima tienen más facilidad para lograr ese estado de bienestar interior que les permite disfrutar más de la vida y del mundo que los rodea. La falta de estima personal contribuye a desarrollar una visión del mundo en la que cuesta encontrar satisfacciones.

Nuestro mundo ha alcanzado grandes realizaciones y cuenta en su haber con beneficios y avances que eran inimaginables pocos cientos de años atrás. Sin embargo, tiene una gran deuda pendiente, vivir en felicidad. Cualquier ligera búsqueda por internet nos pone al día sobre las preocupaciones de los expertos por esta situación en el mundo de hoy.

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Es por eso que las Naciones Unidas (ONU) ha decidido decretar desde el año 2012, al veinte de marzo como el Día Internacional de la Felicidad. Ha querido el organismo internacional hacer un llamado de atención, una toma de conciencia a la comunidad mundial sobre la importancia de promover todas las condiciones posibles para que el mayor número de personas puedan ser felices.

Es verdad que a fin de cuentas la felicidad es una decisión personal. Que cada uno de nosotros, independientemente de las circunstancias que la vida la ha puesto en el camino puede aprender a ser feliz y a construir la felicidad con las pequeñas y grandes cosas que se tienen al alcance.

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Pero es indudable que hay situaciones que allanan o dificultan ese camino a la felicidad. Para los miles de millones que viven en pobreza extrema, en situaciones de precariedad, siendo víctimas de conflictos bélicos o expuestos al ataque de bandas criminales, o al efecto devastador de las fuerzas de la naturaleza, alcanzar la felicidad puede ser una quimera.

Solo en un mundo más equilibrado y armónico puede  florecer una mayor felicidad…


Escrito por: @irvinc

Edición e imágenes: @fermionico


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