Un viaje sin retorno | Contenido Original

Todos están apiñados en la pequeña habitación esperando el agudo sonido de la sirena para levantarse y acatar la orden dada por las autoridades. Nadie creyó en ser segregado solo por sus creencias, a pesar de las advertencias registradas en la historia de su pueblo.

En un mundo moderno, y en especial dentro de una cultura jactanciosa por ser el pináculo de la filosofía y la ciencia, parecía imposible que actos barbáricos disfrazados de modernidad los pusieran en aquel predicamento.

La incertidumbre reinante y los rumores que corrían en el gueto causaban zozobra y angustia en la mayoría. No faltó, el incrédulo y negacionista de los temores intentando calmar a la gente, que si bien, estaban confinados en sus propias casas, ahora repletas con parientes, ahora repletas con parientes obligados a una estancia imprevista. 


Aunque todos intuyen algo raro en aquella medida, también confían en la civilidad de las autoridades, y la temporalidad de las restricciones.

En las calles deambulan de aquí para allá, policías y militares sin horario fijo. 

Sí, estaban prisioneros en sus casas y sin justificación. A nadie hicieron daño, tan solo eran gente de paz y trabajadora, quienes  como ciudadanos, contribuyeron en las labores sociales para las cuales fueron formados en las escuelas. 

La convicción de que pronto volvería la normalidad quedó rota al momento de recibir la noticia de la reubicación.

Algunos queriendo escapar intentaron burlar el cerco, pero fueron capturados y nadie más supo de ellos. 

Las voces de protesta fueron silenciadas sin dilación al aislar a los líderes de la comunidad, justo cuando estos asistieron a los puntos de control para mediar sobre la extraña situación que se había extendido más de lo esperado.


Desde las ventanas, veían cómo cientos de autobuses estaban aparcados en la gran avenida, presagio de un viaje sin retorno.

Así que, con apremio prepararon algunas maletas con lo mínimo indispensable, sin olvidar los objetos de valor intercambiables para el nuevo destino y el nuevo comienzo.

Entendieron, al menos eso pensaron en aquel momento, el propósito del censo y la clasificación por género y edades.  Seguro, pensó más de uno,  era una cuestión de programación y logística para satisfacer las necesidades alimenticias durante el viaje.

Un costo imputable en los impuestos en el nuevo destino con base en  el rumor de poblar las recientes ciudadelas construidas por el gobierno. Sintieron un hondo pesar al abandonar las casas que muchos construyeron con sus propias manos. La suerte fue echada sin consultarles.


Mientras caminaban hacia los autobuses, también observaban rostros inexpresivos pero familiares pertenecientes a compañeros de juego desde el jardín de infancia.

El silencio en los custodios era extremo. Ninguna sonrisa ni palabra amable, solo señas, como si en lo interno compartieran el sentimiento de algo nefasto constriñándoles. 

Al llegar al último sitio de control, la separación. Al menos, los niños pequeños seguían al lado de sus madres, siempre y cuando no pudieran valerse por sí mismos.

Aunque hubo conatos de resistencias a la segregación, la amenaza de las armas fue suficiente para sofocarlas. La auto conservación e impotencia prevalecieron ante la indignación y frustración.

El hacinamiento cambió del hogar al autobús, solo que ahora, no son los parientes. La sensación asfixiante y claustrofóbica los acompañó todo el recorrido, intensificada por ventanas tipo espejo y selladas. 


Sintieron el despojo de las libertades, de la condición de ciudadano. Meditaron en las intenciones de los líderes que ellos mismos eligieron en los últimos años  con la esperanza de que administrarán los recursos para consolidar un mundo mejor. Evidentemente, estuvieron equivocados. 

Con el paso de las horas y días, también crecieron los rugidos de las entrañas y las demandas de los niños. La esperanza de ser alimentados disminuyó, más no, la desesperación acallada.

De nuevo hubo protestas dentro de los autobuses pero todas fueron desatendidas con la mayor indiferencia. Alguien pensó en la similitud con el ganado vacuno y porcino. Quizás,  solo eran llevados al matadero.

La última parada fue en extremo larga. Inclusive, a la media hora, los interiores de los autobuses quedaron en total oscuridad cuando los motores fueron apagados. 

Sollozos y gritos fueron acallados por los tibios brazos de las madres. Mientras que en otros buses, los adolescentes intentan parecer hombres manteniendo la calma. No obstante,  más de uno sucumbió al temor ante la expectativa de lo desconocido. 


Las puertas al abrir dejaron escuchar las instrucciones por megáfonos. Líderes de coyunturas auparon a descender en orden. Pensaron en que pronto estarían en las nuevas viviendas, pero fueron sorprendidos al despojarlos de los equipajes y conducirlos a los amplios recintos.

Se miraron perplejos los unos a los otros, y alguien gritó en vano  exigiendo comida.  Nadie imaginó el verdadero significado de la orden de pasar en grupos a la sala de desinfestación.

Un niño comentó a una perturbada mujer la salida de un vagón con una ropa muy parecida a la que llevaba puesta su hermano mayor. Ella pensó con ingenuidad en el cambio de ropa tipo recluso, pero en realidad, estaban siendo vestidos, o desvestidos para la eternidad. 


El relato de ficción inspirado en el marco del Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, acordado para el 27 de enero de cada año por la Organización de las Naciones Unidas con el propósito de divulgar las atrocidades genocidas cometidas contra el pueblo judío y así preservar en la memoria  viva,  lo que es capaz de perpetrar el hombre sin freno moral.  El fin último es crear la consciencia que  evite la reedición en el futuro de estos desdeñables actos.

Nos puede parecer increíble, desde la perspectiva racional, la posibilidad real de la acción genocida llevada a cabo por un estado en perjuicio de alguna minoría racial o étnica. Pero la historia registra más de un hecho vergonzoso en contra de la humanidad, cualquiera sea la expresión natural o cultural.

Creemos en la importancia de preservar la historia por muy cruda que sea, para que las generaciones presentes y futuras sepan el significado del Holocausto ocurrido durante la primera mitad del siglo veinte. Así como cualquier otro genocidio cometido en el planeta luego de este, como el infringido al pueblo Tutsi por los Hutu en Ruanda.

La humanidad debe avanzar en un marco de tolerancia y solidaridad si quiere trascender a lo ordinario de su naturaleza.


Escrito por: @janaveda

Edición e imágenes: @fermionico


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