¿Vivir sin conciencia? | Contenido Original

A los veinte años Luis es un muchacho feliz, con una agenda muy productiva. Durante las mañanas asiste a sus clases  universitarias en la carrera de marketing, se prepara para heredar el pequeño negocio de ferretería que ha pasado de generación en generación en su familia. Durante las tardes acostumbra a realizar largos paseos en bicicleta; luego, al caer la noche, se encuentra con sus amigos en cualquiera de los concurridos cafés de la ciudad. 

Rafael tiene la misma edad de Luis, pero a diferencia de él no es tan feliz, él mismo lo dice. Sus condiciones económicas son más bien precarias. Al terminar el bachillerato decidió no continuar los estudios, no le pareció meritorio emplear un tiempo de su vida esforzándose en una carrera que al final no le daría mayores recompensas económicas. Prefirió más bien realizar cualquier trabajo, y en la actualidad es colector en el transporte de pasajeros. Durante sus ratos libres siempre se encuentra en la esquina del vecindario conversando sobre los últimos chismes relacionados con las cuitas amorosas de sus amigos.  


Anabel nació el mismo año que los dos muchachos mencionados. Vive su existencia con bastante tranquilidad. Al igual que Rafael decidió suspender sus estudios al terminar el bachillerato, decía que para ella los estudios no se daban bien. Además, también como Rafael, es de la opinión que en estos tiempos no vale la pena estudiar, cualquiera en la calle puede obtener ingresos superiores al que posee un título universitario. Para resolver su parte económica se dedica a trabajar como manicurista en la peluquería unisex  de una amiga. Un trabajo que le encanta porque entre otras cosas le permite escuchar con atención las historias de sus clientes, hombres y mujeres, las que siempre están ligadas con emocionantes conflictos amorosos. 

Luis, Rafael y Anabel no se conocen, pero aún así pudieran perfectamente reunirse a charlar amenamente sobre sus cosas cotidianas. Los tres son buenos conversadores y tienen el gran mérito de encontrar temas para animar las conversas. 


Otra cosa que tienen en común los tres muchachos es su absoluta despreocupación por las cosas que ocurren más allá de su pequeño mundo. Cuestiones relacionadas con los problemas ambientales, las crisis económicas, la infancia depauperada, las guerras o el futuro de la humanidad, no van con ellos. Total, responderían cándidamente,  para qué preocuparse en algo que no pueden resolver. 

¿Hay algo malo con el estilo de vida que llevan los tres jóvenes? No. Vivimos en un tiempo donde se reivindica el derecho a vivir la vida que se quiere, esto significa que cada quien, siempre que no se ubique en los márgenes de la legalidad, puede vivir de la  forma que le plazca y administrar su valioso tiempo como considere pertinente. 


Sin embargo, hay un pero. Cada uno de nosotros no es una isla, todos formamos parte de un gran ecosistema social, lo que implica que las acciones de uno pueden impactar a todos. Cada una de nuestras acciones puede generar consecuencias negativas aún sin que haya ninguna intención en ellas. 

Una cuestión tan elemental como dejar nuestros desechos tirados en cualquier parte, puede degenerar en un problema de salud pública. 

Podemos seguir viviendo en nuestras islas individuales, tenemos el derecho a ello, pero para ayudar a que nuestro mundo se pueda mantener en el tiempo tenemos que pensar más allá de nosotros mismos. 


La motivación para este escrito me surgió al revisar los días de observancia internacional. Allí se establece el 5 de abril como El Día Internacional De La Conciencia. Con la consagración de este día el Organismo Internacional pretende hacernos un llamado de atención sobre la necesidad que tenemos como humanidad de darle relevancia a temas como el de la paz, la sana convivencia, y la tolerancia. 

Nos recuerda la ONU que para avanzar en el logro de una cultura de paz es necesario llevar a nuestras mentes y nuestros corazones ese propósito. Lo que inevitablemente exige pensar más allá de nosotros mismos. Abrir nuestro espacio mental al mundo que nos rodea.  

En nuestro tiempo se ha instalado cierta mentalidad de que podemos hacer muy poco para resolver problemas globales. Asuntos como el de la paz o la contaminación pareciera que están fuera de nuestras manos. Tendemos a pensar que esas cosas son materia que compete solo  a los grandes dirigentes. 


Quizá haya mucho de verdad en ello, porque las guerras, por ejemplo, no las declaran las personas particulares, no tenemos ese poder, las declaran son los dirigentes sobre la base de intereses personales. 

Pero aunque son los dirigentes los que declaran las guerras, siempre necesitan de un acompañamiento para que la decisión pueda ser efectiva. Y allí si tendríamos algo que ver cada uno de nosotros.  Una humanidad con una alta conciencia del valor de la vida humana y de la necesidad de un mundo en paz, pudiera dejar solos a esos dirigentes obstinados. Hace falta para eso mucha conciencia. Quizá algún día Luis, Rafael y Anabel se interesen también por esto. 


Escrito por: @irvinc

Edición e imágenes: @fermionico


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