Del abuso a la magnanimidad | Contenido Original

Elsa preparó la pequeña y vieja maleta mientras secaba las lágrimas que corrían por las mejillas desde sus intensos ojos verdes. Dentro de tres horas, un hombre mayor vendría en su busca. 

Aunque no cumplía los quince años, ella pudo discernir el trato celebrado entre sus padres y aquel hombre, a quien solo vio una vez en la vida. 

Siendo la mayor de siete hermanos, lamentó dejarlos, y de antemano, extrañó los juegos y travesuras aunque no los severos castigos que por estos le infringió su madre.

No entendió el porqué quisieron deshacerse de ella. 


Trabajaba duro vendiendo las artesanías de barro que se fabricaban en la humilde casa. 

Además, nunca presentó quejas cuando faltó un plato de comida en la mesa. Entendiendo que los pequeños tienen la prioridad.   

Detestó sobremanera ver a sus padres discutiendo a menudo cuando bebían de una botella hedionda de alcohol.

Pensaba en ese entonces, «ahora, ¿quién cuidará de los pequeños cuando yo no esté?»

Así que el día de su partida, decidió entablar una conversación con ambos en un intento final para que ellos desistieran, pero la mirada profunda e intimidante de su madre, la obligó a dar marcha atrás.


Supo que la decisión estaba tomada, y ni siquiera todo el llanto en el mundo haría que cambiaran de parecer.

El hombre desconocido llegó con puntualidad. 

Elsa observaba cómo Luis y Miguel jugaban en torno a la maleta colocada próxima a la puerta que da a la calle. Ella no cesaba de manipular sus rubios rulos para apaciguar el estrés que sentía. 

Dos fuertes golpes anunciaron la llegada del motivo de su tensión.

Al abrir la puerta, vio al desconocido, y estimó que tendría casi la misma edad que su padre.

Los tres caminaron hacia la estancia posterior, y aunque ella intentó escuchar lo que hablaban, los sonidos les fueron ininteligibles.  Los escuchó reír y vio como su padre sonriente le estrechó la mano. 


Consideró la idea de salir corriendo y escapar, pero era tarde, el hombre recogió la maleta del suelo y le tomó la mano con suavidad.

Ambos salieron de la casa, y ella al mirar sobre su hombro, percibió que la puerta fue cerrada casi de inmediato.

Así comenzó una nueva etapa en su vida, luego de una despedida fría.

Recordó que durante el viaje, no intercambiaron ni una sola palabra más allá de las estrictamente indispensables.

Los días en que vendió las artesanías durante más de tres años en el mercado municipal, acabaron con su propia venta. 

Poco a poco, los días fueron convirtiéndose en años al lado de aquel hombre. Pronto pasó de niña a mujer, y el desconocido fungió, no solo de marido con poderes patriarcales que la oprimía al menor supuesto   descuido. 


Más que un compañero, compartía con un hombre severo y agrio de trato, quien abusó de ella, años tras años.

Ella no tuvo más opción que parirle cuatro hijos antes de cumplir los veinte años e ingeniarse como pudo para contrarrestar la conducta irascible y caprichosa del jefe de la casa.

Aunque recordaba con nostalgia y preocupaba por sus hermanos. Ahora sus vástagos copaban toda su atención.

Sin mucha educación, intentó que sus niños terminaran el colegio que a ella se le había negado.

Cada vez que el padre marido abusaba con incongruencia de la autoridad absoluta. Ella se reveló recibiendo castigos inclusive físicos aterradores para las criaturas bajo su protección.


Si alguna vez sintió algo de amor, no era menos cierto que estaba tamizado de rencor y ansias de libertad.

Más nunca osó en transgredir los límites auto impuestos, al imaginar desguarnecido a quienes dependían de ella.

Durante cuarenta años, los hijos crecieron recriminando el soportar con entereza al hombre en la cama, convaleciente de una devastadora enfermedad.

A solas pensaba muy de seguido en vengarse. A dónde había quedado la soberbia y crueldad con que la trató. Si lo deseaba podría negarle la medicina o la comida y acelerarle la partida.

Pero en ella anidaba un alma noble, que aunque herida, le impedía maltratar al anciano indefenso, culpable de la amargura que le acompañó durante gran parte de su vida.


En vez de devolver cada golpe psicológico o físico, ella actuaba con misericordia dándole al antiguo enemigo, las mayores atenciones posibles.

Aquel hombre desvalido, la miraba con lágrimas en los ojos. Estaba arrepentido, pero confinado en la enfermedad, perdió la capacidad de pedirle perdón por la repentina mudez. 

Cada atención y gesto generoso, era una bofetada merecida. Jamás pensó, que la niña que compró hacía tantos años, le daría una lección de humildad al final predecible de su existencia.

Clamaba por una muerte rápida, pero el destino le jugaba una mala pasada.


El hecho de ser un viejo, no le exonera del castigo que él mismo labró con cada acto malvado.

Las luchas quedaron en el pasado, aunque las secuelas en la mente seguían atormentando.

Ella sanaba con la compasión de sus actos y él con el arrepentimiento genuino a fuerza del infortunio. 

Este relato está inspirado con motivo al Día Mundial contra el Trabajo Infantil y el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez, los cuales se celebran el 12 y 15 de Junio, respectivamente, decretados así por la Organización de las Naciones Unidas como días para llamar la atención sobre la necesidad de erradicar las conductas que atenta contra las etapas más vulnerables en los seres humanos, tales como son la infancia y la vejez.

Es inaudito que sean las personas más cercanas, quienes ejecutan las acciones más crueles en contra de quienes deberían proteger: hijos y padres.  

Obligar a los niños a trabajar, es una forma de esclavitud temprana y abuso del indefenso. 


No atender a los adultos mayores, es una vil ingratitud para quienes cuidaron nuestros primeros pasos.

Si bien, la ficción plantea situaciones muy verosímiles que hablan mal de nuestra naturaleza humana. 

Quiero pensar que es una excepción, y no la norma.

Tomar consciencia de lo que nos dignifica como especie, es actuar en consecuencia. Cuidemos a los niños y a los ancianos.

Ayer tuvimos infancia, mala o buena. Mañana no sabemos si tendremos una feliz vejez.

Sin embargo, podemos trabajar ahora en ambos sentidos.


Escrito por: @janaveda

Edición e imágenes: @fermionico


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