Dinero que salva | Contenido Original

Patricia mira el último libro de la pequeña biblioteca. Es allí donde guarda la reserva de los ahorros. Revisa con atención y confirma que queda la cantidad exacta, justo lo que necesita para el largo viaje de mil kilómetros que la llevará al otro lado de la frontera, donde están las casas de cambios. En su país no tiene la posibilidad de contar con ese tipo de servicios. Y sin ellos es imposible recibir el dinero que cada dos meses le mandan del exterior.

Patricia es una privilegiada. Su hermano Andrés, partió hace seis años en un largo viaje que lo llevó a un país con mayor estabilidad económica. Donde abundan los empleos del sector terciario. Desde el principio el muchacho logró ubicarse en un cargo de aseador en una distribuidora de alimentos. El puesto se lo tenía reservado un paisano suyo que había emigrado cuatro años antes que él y que ahora tiene un puesto de mayor jerarquía.


Desde que partió de su país natal,  Andrés sabía que la situación sería difícil. Que durante mucho tiempo su paga estaría muy por debajo de la de los demás, es parte de las condiciones que se aceptan cuando se trabaja de “negro”. También sabía que sus jornadas excederían las doce o catorce horas diarias. Pero confiaba en su juventud y fortaleza para aguantar la exigencia. Para él y para muchos paisanos suyos esa es la mejor opción para tener un nivel de vida un poco mejor. Y, lo más importante,  para poder ayudar a la gente que han dejado atrás.

Cuando partió Andrés, el tercero de cinco hermanos, la situación familiar era crítica. A duras penas conseguían lo indispensable para vivir y su madre desde hacía mucho tiempo había dejado de tomar los medicamentos para la diabetes; la condición de salud de la mujer desmejoraba a pasos agigantados. Así que sin pensarlo mucho entendió que debía emprender el viaje, pidiendo a todos los santos que las cosas se le dieran bien. Y los santos lo escucharon.


En el primer año y medio Andrés no pudo mandar casi nada. Su aporte se limitaba a unos pocos dólares que enviaba cada cuatro o cinco meses. Pero la situación fue mejorando y conjuntamente con Patricia llegaron a la conclusión que lo mejor era enviar el dinero de forma bimensual, eso disminuye los costos de irlos a retirar en el país vecino. 

El aporte sigue siendo bajo, apenas roza los doscientos dólares por cada vez. Sin embargo, Patricia ha logrado administrar ese dinero de forma que la mejoría en la calidad de vida de la familia es notoria. La madre ahora cuenta con todas las medicinas adecuadas y el grupo familiar ya superó los niveles de desnutrición que amenazaban con destruirles la salud. Hasta logró que los dos últimos hermanos continuarán sus estudios- Y ella pudo comprar un horno con el que genera algunos ingresos haciendo tortas por encargo…


Según cifras de las Naciones Unidas (ONU), se estima que para el año dos mil veintidós,  las remesas familiares superarán los seiscientos mil millones de dólares, mucho más que el PIB nominal de todos los países centroamericanos. Y más que los aportes de asistencia humanitaria otorgados por los organismos internacionales.

Dada la importancia que tienen las remesas en la actualidad, para una buena parte de los “países en desarrollo”. Las Naciones Unidas ha establecido el dieciséis de junio como “ El  Día Internacional de las Remesas Familiares”. Ha querido el organismo internacional sensibilizar a la comunidad mundial sobre la necesidad de hacer accesible y facilitar el acceso de las familias a estos ingresos. Para muchas personas lo `percibido por las remesas de sus familiares en el exterior hace la diferencia entre la vida y la muerte.


Con los medios tecnológicos de hoy. No se justifican situaciones como las que viven Patricia y su familia. Cuestiones de tipo político o administrativo no deben estar por encima del derecho que tienen las familias a mejorar sus condiciones de vida.

La gran mayoría de las personas que reciben remesas las dedican a alimentación y medicinas, son muy pocos los que puedan hacer ostentación de lujos o la exhibición de bienes suntuosos. El mismo organismo internacional da cuenta que el promedio de las remesas se ubica entre los doscientos y trescientos dólares mensuales. Esto a duras penas da para cubrir las necesidades de familias extensas y numerosas ubicadas en niveles de pobreza.


Pero la suma de esos pequeños aportes se convierte en un gran dinamizador de actividades económicas en los países con dificultades económicas. Muchas personas como Patricia pueden utilizar de modo inteligente cualquier pequeño excedente para comenzar a desarrollar emprendimientos económicos que le permitan ir superando progresivamente sus precarias condiciones de vida.

La emigración y la diáspora se han constituido en una de las características del mundo del siglo XXI. La gran mayoría de esas personas se mueven buscando mejoras económicas para ellos y para los suyos. El acceso oportuno a las remesas ya se ha constituido de hecho en un nuevo “derecho humano”.


Escrito por: @irvinc

Edición e imágenes: @fermionico


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