El viaje ancestral | Contenido Original

Toda la aldea se encontraba reunida la noche previa del viaje con el fin de celebrar la partida del primogénito del cacique. Al día siguiente, comenzaría una dura prueba de doscientos kilómetros a pie por la intrincada selva en la que su pueblo hacía vida desde tiempos ancestrales. Comían y bailaban alrededor de una fogata. Los hombres fumaban pipa con una picadura que contenía alucinógenos. Las mujeres charlaban animadamente mientras hacían el pan de yuca que compartirán más tarde.

Era un viaje que solo hacía el hijo del cacique para reafirmar su condición de heredero como líder de la aldea. Para ello era preparado durante su vida, pero los conocimientos adquiridos en ese tránsito le servirían para sortear las duras condiciones del viaje. Sólo podría llevar su cuchillo. Al regreso, debía traer una sola flor de la montaña sagrada. Ésta era una especie autóctona y solo crecía bajo las condiciones especiales de ese tepuy, por lo que era imposible la procedencia desde otro lugar. Así probaría su valía.


Y aunque la fiesta era hasta la medianoche, muchos hombres permanecían despiertos por los efectos de la hierba. Yoasi, sin embargo, se retiró temprano porque necesitaba ahorrar fuerzas para el viaje. Le tomaría hasta nueve días cubrir la distancia ida y regreso. Eso si lo hacía rápido. Sin saber lo que encontraría en el camino, su preocupación estaba concentrada en los animales selváticos. Lo que más le preocupaban eran los jaguares, los insectos y los reptiles. La selva amazónica no daba para animales muy grandes, pero si peligrosos para el hombre.

Al rayar el alba, el chamán de la tribu le dio la bendición ancestral y Yoasi partió confiando en sus antepasados, de cuya protección había invocado con el fin de salvaguardar el alma y el cuerpo. No era un camino fácil. Habían áreas de la selva sencillas de salvar, pero también existían tramos muy tupidos donde se encontraba la dificultad de avance. Los monos aulladores y las guacamayas hacían escándalo ante la presencia del extraño. El primer día lo salvó con más de cincuenta kilómetros de recorrido, extenuado montó campamento en la copa de un árbol. Era desaconsejable dormir en el piso de la selva.


El frío y la humedad selvática en la noche era algo a lo que se había acostumbrado en el acondicionamiento previo al viaje. Sin embargo, esa noche le pareció eterna porque no pudo conciliar el sueño. La selva es muy ruidosa en la noche, pero en la aldea no se sentía tanto como estando alejado. Quizás la actividad humana aleje a los animales en un radio a partir del pueblo. La plaga era otro inconveniente, por más que se embadurnó de lodo, el sonido de los mosquitos era increíblemente molesto ¿quién dormiría bajo esas condiciones? Aún así, logró dormitar por momentos.

La caminata por su pie de una araña tejedora de árbol, fue lo que le despertó con sobresalto. era una especie inocua, pero no por ello deja de ser desagradable. Dejó el sitio del árbol tal como lo consiguió, comió algunas bayas de selva y prosiguió el viaje. Era un espectáculo ese día en especial. La ininterrumpida llovizna por fin se había detenido y disfrutaba de calientes haces de luz solar que se filtraban por el techo de la selva. Nada más agradable. El día no le rindió. La selva se había vuelto más intrincada, pero hacia el final de la jornada antes de oscurecer, al montarse en el árbol donde pasaría la noche, logró ubicar a lo lejos la silueta del tepuy.


Calculó le faltarían dos día y medio de jornada, pero primero debía pasar la noche. Consiguió un árbol ideal y armó campamento. Bueno, esto es un eufemismo porque no se le puede llamar campamento a algo que no tiene ningún parecido dada las circunstancias de sobrevivencia con las que viajaba. Durmió media noche y lo despertó la eterna llovizna de la selva. Salvó en tres días el resto del camino hasta el tepuy y en la base comenzó a escalar por la herida milenaria. Hacía más de cuarenta años que su padre había hecho el mismo viaje y se preguntaba como le habría ido ¿estaría tan cansado y con hambre como él se encontraba?

¿Habría sorteado los peligros de la selva bajo el cuidado de sus antepasados? Terminó de escalar y buscó la flor, consiguió un espécimen pero no lo cortó porque pasaría la noche allí. Al rozar las hojas verdes de la planta que rodeaba la flor dio un brinco atrás. Ardía. Y mucho. Arregló el lugar donde dormiría y se dispuso a descansar. Una cantidad de visiones jamás imaginadas por él, cruzaron su cabeza. Ni cuando fumó la pipa del consejo de hombre se sintió de ese modo. Una especie de espíritu le advirtió sobre los retos que le esperaba a futuro como el líder de su pueblo. Fue algo estremecedor.


Despertó algo mareado en la mañana, cortó la flor ésta vez teniendo cuidado de no rozar el follaje verde y tomó rumbo de regreso a la aldea. Aunque se sentía cansado algo cambió dentro de su cuerpo. Era una sensación de invencibilidad. Pensaba que la experiencia le llenó aquella parte del espíritu que abrigaba temores. Jamás sentiría miedo de nuevo. Y contrariamente a lo que pensaba, regresó en dos días a la aldea. Algo que no debió haber ocurrido porque era físicamente imposible. Sin embargo los espíritus de la selva celebraban la llegada de un nuevo líder.

Y en la magia del follaje, se encontraba un espíritu que le facilitaría el retorno, por aprobar con valentía la prueba que la selva le había puesto. Y como sus antepasados, se apropiaba del cuerpo para guiarle en la noche mientras dormía, desplazando su humanidad a un lugar parecido a donde había acampado, pero mucho más cercano a la aldea. Tal era la magia de la montaña y de las almas ancestrales que le habían acompañado en su recorrido.


La narración que antecede celebra el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, decretado por la asamblea general de Naciones Unidas. En éste año está dedicado al papel de las mujeres indígenas en la preservación y transmisión del conocimiento tradicional y el organismo ha advertido que «A pesar del papel crucial que estas desempeñan en sus comunidades como sostén familiar, cuidadoras, guardianas del conocimiento, líderes y defensoras de los derechos humanos, a menudo sufren niveles interseccionales de discriminación por motivos de género, etnia y estatus socioeconómico. Su derecho a la libre determinación, el autogobierno y el control de los recursos y tierras ancestrales ha sido violado durante siglos.»

Reconocemos así, la contribución al acervo ancestral de los países que ha traído la sabiduría de estos pueblos.


Escrito y diagramación: @fermionico


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