Por amor al otro | Contenido original

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Los muchachos con chalecos naranja no han parado ni un instante. Desde que bajaron del pequeño autobús caminan de un sitio a otro. Preguntan nombres, anotan direcciones, entregan alimentos, dan palabras de aliento. Ana Elisa los observa desde la acera del frente, no les suelta la mirada, hay algo en ellos que cautiva su atención. 

¿Mamá quienes son…? Pregunta la niña…  ¿Los muchachos…? Sí… Son estudiantes de la Universidad. Todas las semanas vienen una o dos veces a colaborar con la gente del asilo, siempre les dejan alguna ayuda… 

¿Son ricos, mamá…? No. Ellos les piden a otras personas, les explican que es para ayudar a los del asilo, la gente les deja lo que pueden y ellos lo traen…


¡Ah…! ¿Y ganan mucho dinero por hacer eso, mamá…? No. Lo hacen por puro gusto, les nace hacer algo bueno, encuentran en eso una gran satisfacción… 

Tendría unos cinco años cuando Ana Elisa sostuvo aquella breve conversación con su madre. Fue un momento de esos que marcan la vida.  Ese día se aclararon sus opciones y  desde entonces empezó a crecer en ella el deseo de ser como aquellos muchachos.

 En la escuela y en el liceo siempre estaba pendiente de organizar actividades de ayuda. Recogía juguetes para los otros niños y animaba a sus maestros y compañeros para conseguir medicinas para los enfermos. No perdía oportunidad para dejar fluir su vocación de servicio, al principio con sus mismos compañeros y luego con las familias cercanas al entorno escolar. Ana Elisa dedicaba una buena parte de su tiempo a pensar en cómo poder ayudar más.


Al terminar el bachillerato hasta había considerado hacerse religiosa, pensaba que de ese modo no tendría restricciones para seguir una vida centrada en la ayuda. Sin embargo, conversando con su madre comprendió que el mundo del claustro no era para ella. Así que decidió hacerse médico, una profesión en la que sin duda encontraría muchas oportunidades de  asistir a los otros.

En la facultad de medicina Ana Elisa les comenta a todos sobre sus planes de estar donde pueda ser más útil. Algunos la ven con  recelo; la mayoría piensa en otras cosas, en hacerse especialistas, tener vivienda propia, viajar, conseguir algunas comodidades y hasta formar familia y tener hijos. No les es tan fácil imaginarse como Ana Elisa, recorriendo el mundo para socorrer a los otros… 

Para el último año de sus estudios Ana Elisa tomó contacto con la organización “Médicos sin fronteras”,  una ONG cuyo ámbito de acción es el mundo entero. Y se dio cuenta que ese era el sitio ideal para ella. Su madre al principio no vio con buenos ojos que la hija dedicara su vida a una actividad exigente, riesgosa,  y que seguramente las mantendría alejadas la una de la otra. Pero el llamado de la vocación puede ser muy fuerte para algunas personas.


Un fuerte abrazo marca el momento de la despedida. Ana Elisa toma el avión que la conducirá a su primera misión de “Médicos sin fronteras”. Estará unos tres meses fuera de casa. En el tintero ha quedado la celebración de su grado de médico. Quizá cuando regrese haya un momento para celebrarlo…De momento en su mente se mueven otras cosas más urgentes e importantes…

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Nuestro mundo es bastante complejo y a veces paradójico. Conviven al mismo tiempo los más grandes adelantos tecnológicos y las más aberrantes desigualdades sociales. 

El ingenio humano parece no tener límites cuando se trata de avanzar por los caminos de la ciencia y las soluciones en ese campo se encuentran con rapidez inusitada, pero en el aspecto social las cosas funcionan de otro modo, hay mucho más lentitud, los problemas se acumulan y crece la llamada deuda social. 


Las  grandes desigualdades se hacen patentes en millones de personas con necesidades de todo tipo. Muchas veces la buena voluntad de los Estados es insuficiente para atender todas las necesidades. De allí que se haga necesario la participación ciudadana a través del servicio voluntario.

Es tal la importancia que tiene la actividad voluntaria que las Naciones Unidas (ONU) ha establecido cada cinco de diciembre como el Día Internacional de los Voluntarios. Ha querido el Organismo Internacional que esta celebración contribuya a sensibilizarnos sobre la importancia de poner nuestro hombro para la solución de muchas problemáticas. Es un llamado a la solidaridad, a ponernos en acción para hacer más liviana la vida de los que caen en alguna necesidad.


Quizá no todos tengamos la disposición y la determinación de Ana Elisa, nuestro personaje de ficción, para entregarnos de manera total al servicio voluntario. Para llegar a ese nivel hay que tener unas valoraciones de la vida bastantes distintas al común. Sin embargo, es muy posible que cada uno de nosotros pueda hacer algo para mostrar su solidaridad. 

Siempre habrá el chance de disponer de algún tiempo para contribuir de forma voluntaria con alguna obra social. Siempre habrá la posibilidad de poner nuestro conocimiento a la disposición de alguna causa noble. Siempre podremos apartar de nuestros recursos una mínima porción que junto a muchas otras pueda aliviar la pena de alguien. Es una cuestión de decisión, de creer que vale el esfuerzo. Estás invitado a dar el paso…



Escrito por: @irvinc

Edición e imágenes: @fermionico


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