El sendero de los ancestros | Contenido original

Zacarías recogió con premura algunas pertenencias. No quería que lo agarrará la noche en la casa en donde pasó gran parte de la infancia y toda su adolescencia. 

La nostalgia lo embargaba al revivir en imágenes, los nutritivos coloquios con el sabio bisabuelo y abuelo, respectivamente. La casa era el reducto en donde escuchó los relatos de una época de esplendor. Odiaba la mera idea de dejarlo todo atrás. Aquello que lo definía como ser en comunión con la naturaleza.      

Pero sobre él, pendía una apremiante amenaza de muerte: una de las bandas más temibles de la zona le dio veinticuatro horas para abandonar el sector. Él no temía. Incluso, evaluó el hacerle frente, o denunciarlos. Pero el ruego de su madre, lo hizo entrar en razón. En palabras de la viuda; ¿quién la defendería a ella y a sus hermanitos cuando la policía se vaya? Si lo matan como a su padre, ¿qué hará?


Así que, a Zacarías no le quedó más remedio que aupar a su familia a tomar lo indispensable para iniciar la dura y larga marcha hacia el norte.

El país estaba en completa anarquía, y la posibilidad de correr la misma suerte de los vecinos, era muy alta. Ninguno sobrevivió. Sospechaba de la complicidad de las autoridades de facto por permitir complaciente el linchamiento de gente como ellos.

Aquella noche, en sigilo, abandonaron el único hogar de los ancestros.

A lo lejos, escucharon los gritos y vieron el humo levantándose al cielo, como de holocausto. Horrorizados fueron incorporándose a otras familias, que como ellos, huían del fatal destino.

Jamás pudo imaginar las atrocidades en nombre del bien del pueblo. Se preguntaban, ¿de cuál pueblo? 

Aunque era consciente de que él  ni sus conocidos, mostraron parcialidad hacia unos u otros. Quizás, ese haya sido el comodín de la desgracia.Tan solo él quería seguir, al igual que como los ancestros, la normalidad de su estilo de vida.

Atravesar la espesa jungla fue una opción obligada. Una ruta a una libertad incierta al final del camino.


Si otros lo lograron, ellos también podrían; pensaba Zacarías.

En el inicio de la jornada, previó la fortuna de su lado, pero pendiente de su buen juicio. En el recorrido fueron asistidos con agua y comida por grupos de voluntarios desplegados en los cruces de algunos ríos. Admiró a quienes apoyan la causa de los migrantes, exponiéndose a sí mismos.

No obstante, no desestima el peligro. Sabía que estaría presente en todo momento.

El calor era sofocante, y la andanada de picaduras de mosquitos tropicales hizo sucumbir en calenturas a los más débiles. Atribulados asistían al hermano de infortunio, pero sin perder la esperanza.

Además, la humedad dificulta respirar mientras avanzaban por los senderos incipientes abiertos por previos migrantes. 


Zacarías pensó en lo difícil de hacerse camino a machete limpio, y en lo pronto que la jungla borra los noveles senderos. Asimismo, recordó las historias contadas por el bisabuelo de cómo había nacido el pueblo, allí, en medio de la jungla.

Si bien, el pueblo que habían abandonado, era un lugar recóndito. No era menos cierto, que este prosperó con la explotación del oro, iniciada unos veinte años antes. Ahora, la principal causa de su actual predicamento. Bueno, en realidad era la codicia extrema de las nuevas élites asociadas con la delincuencia intentando apoderarse de todo. 

Estando a medio camino hacia la frontera, se toparon con un reducido grupo  que volvía. 

Zacarías, a pesar de su juventud, había ganado el liderazgo espontáneo de la media docena de familias, en su mayoría conformadas por mujeres y niños. Era fuerte y determinado; pero sobre todo, conocía por donde estaban. De niño, acompañó al abuelo en muchas incursiones en la jungla, habiendo aprendido con diligencia los secretos negados a los citadinos y advenedizos buscadores de oro.


Como líder, él les preguntó el porqué del retorno. La respuesta lo indispuso. Las autoridades del otro país levantaron un muro de alambre en el paso fronterizo para evitar que más gente huyendo sigan cruzando la línea imaginaria que divide a un mismo pueblo. 

Lo irónico del caso, fue también enterarse de cómo los mineros transitaban en ambas direcciones por el paso fronterizo sin restricción de ningún tipo. Sin duda, una alianza sin decoro y delictiva.

Así que, sin pensarlo dos veces, optó por el sendero secreto de sus ancestros y develado a él, por su amado bisabuelo.

La entrada a la galería de túneles estaba a medio camino, oculta por una frondosa vegetación. Aunque estaban cortos de provisiones, regresar a una muerte asegurada, o a la detención en un centro de refugiados regentado por corruptos, no era viable.

Según su bisabuelo, los túneles comunicaban grandes extensiones. Estos fueron construidos como parte de un sistema logístico y dispositivo de escape para enfrentar a los constantes intentos de invasiones de los pueblos enemigos venidos del sur.  

Ahora, el enemigo estaba entre ellos, mezclado y sediento de oro.

En la gruta, todos siguieron a Zacarías durante una semana. 

Los ojos fueron acostumbrándose a las penumbras, y los calambres marcaron los sitios de descanso. Cientos de murciélagos sobre sus cabezas parecían vigilarlos. Pero la vaga esperanza de librarse de los males los alentaban.

Zacarías iba delante. Una inquietante duda lo apremiaba justo antes de  la salida intermedia del enorme complejo de túneles. Aunque había registrado en su mente ese tramo, siguiendo las instrucciones de su bisabuelo, era la primera vez que lo hacía en la realidad.

Además, le angustiaba la posibilidad de haberse equivocado y llevado a todas esas almas por un laberinto sin salida. Así que cuando ve la luz, retorna a la seguridad y serenidad interior.

A pesar de haber traspasado la frontera, sabe que están en un estado de indefensión jurídica, y serán considerados como ilegales en las tierras que una vez pertenecieron a sus ancestros. 


Así que, en vez de dirigirse a las ciudades, él decide refundar en la jungla un nuevo reducto de su cultura con base en la autoridad de las costumbres y tradiciones que por milenios rigieron la vida de su pueblo. Dejaría de usar el nombre de Zacarías, por como lo llamó siempre su bisabuelo, Ruka: el último de nosotros; quien está predestinado a preservar nuestro legado.   

El relato está inspirado con motivo del Día Internacional del Migrante el cual se celebra el 18 de diciembre de cada año desde 2000, decretado así por la Organización de las Naciones Unidas con el propósito de difundir información entre los estados miembros sobre los derechos humanos y las libertades fundamentales de los migrantes, intercambien experiencias y formulen medidas para protegerlos.


Escrito por: @janaveda

Edición e imágenes: @fermionico


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