Puntos que abren horizontes | Contenido original

Yanira  deja caer suavemente la barra de labial. Revisa con esmero su maquillaje, presta mucha atención  al espejo. Está conforme con el resultado, segura de no llamar la atención más de la cuenta. Hoy es un gran día para ella, su hijo Manuel, de quince años,  recibirá el premio nacional de poesía, un galardón que tanto a la madre como al hijo los llena de un profundo orgullo…

Carolina sigue un ritual parecido al de Yanira, ella también está a punto de asistir a uno de esos grandes momentos de la vida. Anabel, su hija, una adolescente como Manuel,  se va a estrenar como solista en un concierto de la Sinfónica Nacional. La muchacha tiene la gran responsabilidad de ser el concertino en una difícil obra del repertorio clásico. La expectativa es grande, mucha gente está pendiente del resultado…

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Carolina y Yanira se conocen desde hace muchos años, ambas han vivido una larga travesía. Sus historias convergieron en un consultorio de oftalmología, cuando Manuel y Yanira eran pequeños. Por aquel entonces los dos niños fueron diagnosticados con una enfermedad congénita e irreversible que producía daños en el nervio óptico. El resultado final fue la ceguera de los niños.

Una vez recuperadas del impacto de saber que sus hijos quedarían invidentes las dos mujeres se pusieron manos a la obra, averiguaron todo lo que pudieron sobre  cómo ayudar a sus muchachos. Afortunadamente para ellas en su ciudad contaban con  instituciones que facilitan  la inserción social de las personas con esta condición. 

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Mucho tiempo han dedicado Carolina y Yanira para que sus hijos logren la mayor autonomía posible, para que hayan sido capaces de aprender a leer y escribir, no solo en el lenguaje de los textos, sino también el de la notación musical, sin el que hubiese sido muy difícil para Anabel llegar a concertino de  la Orquesta Sinfónica.

Manuel y Anabel son afortunados de haber nacido en nuestro tiempo. Hasta la primera mitad del siglo XIX había muy pocas oportunidades para las personas invidentes, para la mayoría de ellos el único destino era la mendicidad; las instituciones de asistencia eran muy pocas y no se había inventado un sistema que les permitiera dominar la lectura y la escritura.

 Fue Louis Braille, un francés que había quedado ciego como consecuencia de un accidente en la infancia,  el que abrió las puertas para que los ciegos tuviesen otra oportunidad. 

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La familia de Louis  era gente pobre, de muy pocos recursos, pero su madre hizo enormes sacrificios hasta lograr que lo recibieran en la escuela local. 

El muchacho era aplicado, atento  y sobresaliente, aprendía de oído todo lo que escuchaba, sus maestros estaban impresionados pero sabían que en la escuela ordinaria el niño tendría un límite, así que le gestionaron una beca para la escuela de ciegos  y sordos de París.

En París  siguió impresionando a sus maestros. Por su agudeza y claridad el director de la institución le pidió a Louis, cuando solo contaba trece años, que adaptara un sistema de comunicación  utilizado por el ejército francés. 

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Al poco tiempo ya Louis tendría listo el prototipo de un sistema que cambiaría para siempre la vida de los invidentes, que les permitiría no solo leer lo que otros habían escrito, sino también poder escribir sus propias composiciones. Este genial método de lectura y escritura fue bautizado con  el nombre de su creador: “Braille”

Con el correr del tiempo el Braille se enriqueció e incorporó  la notación musical, permitiendo la oportunidad de poder escribir y leer partituras. Única forma de inmortalizar la creación musical.

No hay dudas que el sistema  creado por el francés es uno de esos grandes inventos que han cambiado la historia humana. Al poder acceder al amplio mundo de la lectura y la escritura los invidentes lograron avanzar más allá de los límites que le imponía su condición.

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Tal es la importancia del sistema  “Braille” que las Naciones Unidas (ONU) ha establecido cada cuatro de enero como “El Día Internacional del Braille”. 

Con esta conmemoración el Organismo Internacional ha querido promover una toma de conciencia sobre  el derecho de las personas invidentes a incorporarse plenamente a la vida social. Son más de treinta y seis millones de personas las que sufren ceguera en el mundo y doscientos dieciseises  millones tienen discapacidad visual grave o moderada.

Los Estados y la sociedad  deben hacer lo posible para facilitar el acceso al sistema Braille a todas las personas invidentes. Quizá no sea fácil llevar las escuelas especializadas a donde están los ciegos, pero sí es muy factible establecer sistemas de becas y ayudas sociales para que los padres puedan llevar a esos niños a los centros especializados. Son asuntos que con buena voluntad se pueden resolver. 

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Aunque suene redundante es bueno recordar que saber leer, escribir , y formarse  en cualquier rama del conocimiento, marca una gran diferencia en nuestro mundo global, abre muchas posibilidades no solo de empleo sino de realización personal. 

La ceguera no tiene por qué ser un impedimento para abrirse caminos. Con los medios adecuados cualquier niño o joven invidente puede  alcanzar grandes metas, tal como  Manuel y Anabel, los personajes de nuestro relato de ficción. 


Escrito por: @irvinc

Edición e imágenes: @fermionico


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