Una ciudad para mi sueño | Contenido Original

Marco se levantó muy temprano, miró el equipaje que arregló la noche anterior e hizo rápidamente un chequeo mental para cerciorarse de no dejar nada que considerara importante.  Acaba de culminar los estudios de la preparatoria, tiene dieciocho años y muchas ilusiones, aunque le gusta el pueblo apacible en donde vive, no puede desaprovechar la oportunidad de concursar para una plaza en la mejor universidad del país ubicada en la gran ciudad.

Es una de las pocas veces en que sentado en la mesa disfruta consciente el desayuno junto a sus padres y hermanos. El pan tostado untado de mantequilla acompaña a los huevos revueltos, el vaso de leche fría y el plato llano con queso rayado en el centro de la mesa para que se sirvan al gusto. No tiene prisa, conversa animadamente, quiere atesorar ese momento. Observa con detenimiento todo a su alrededor, no quiere perder detalles, ríe, es feliz de estar entre ellos.  

Fuente: O.N.U.

Al terminar de desayunar decide dar una caminata por el pueblo, así se despide de los amigos de juegos, quienes le acompañaron en las aventuras por los montes aledaños con ríos, y en las carreras bajo la lluvia a pies descalzos y torsos desnudos.  El sol está a media mañana, el relinchar de los caballos y el trinar de las aves le dan la sensación de total libertad. Sin embargo, lamenta la falta de empleo que hace que los jóvenes emigren a las grandes ciudades en búsqueda de mejores condiciones de vida. Ahora le toca a él.

Camina y saluda a todos con quienes se topa, los rostros le son familiares, todos le reconocen, inclusive, los más viejos, quienes le dicen: tú no eres el hijo de Marco; entonces entiende el porqué los viejos le dicen Marquitos, nunca antes se hizo ese cuestionamiento, estaba tan absorto en disfrutar la niñez, nunca le importó como le llamaran. Al fin y al cabo, era un honor ser asociado así con su padre.

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Sin darse cuenta llegó la tarde, compartió con casi todos, recordando anécdotas e imaginando su nueva vida en la gran ciudad. De vuelta en casa en donde creció, recibió las últimas instrucciones de sus padres, ellos coordinaron con unos parientes cercanos para darle comida y alojamiento, las arengas de su madre fueron las de siempre, mientras el orgulloso padre sonreía a la espalda de la matrona. Una carcajada involuntaria le sobrevino, antes que su madre reaccionara le dijo que la amaba y la abrazo.

Abordó el autobús luego de acomodar el equipaje en la zona de carga, el viaje duraría más de doce horas. Era la primera vez que viajaba en solitario, sin la protección de sus progenitores, con suficiente efectivo para cualquier gasto en el camino.  Desde la ventanilla vio la imagen de la familia despidiéndose. Intentó en vano contener el llanto, pero la opresión en el pecho por la separación hizo que las lágrimas surcaron por sus mejillas.

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La oscuridad de la noche, la música ambiental y el ruido del motor acallaron los pensamientos y sentimientos encontrados, cayó  en un profundo sueño.

El autobús hizo varias paradas, el frío intenso amenazaba con colarse hasta los huesos. Agradeció la gruesa frazada dada por su madre justo al embarcarse, de lo contrario, su primer día en la megalópolis sería con un fuerte resfriado.

Con el amanecer vio un paisaje muy distinto al de su hogar, grandes pinos y montañas sinuosas a cada lado del camino, supo lo próximo del final del viaje, al ver vehículos marchando lentamente en una kilométrica columna. Él no está acostumbrado, y mira el reloj. Según sus cálculos ya debería estar desembarcando en la terminal, pero cómo podía prever el atasco vial. En el pueblo jamás vio algo parecido. Cierra los ojos para repasar una vez más las instrucciones. En la terminal lo espera un tío de su padre. Sin darse cuenta volvió a dormirse.

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El movimiento abrupto lo despierta, frota sus ojos mientras abre las cortinillas de la ventana. Está fascinado con los altos edificios, parecen rasgar el cielo, y las magníficas construcciones metálicas que resplandecen, un mundo nuevo para él. Le es imposible contar los vehículos y motocicletas, los cuales solo había visto en revistas: poderosos motores sin espacios para desarrollar toda la potencia. Un total sinsentido. La ciudad es inmensa y el cielo oscuro a pesar de no ver nubes. Exclamó, ¿qué raro? 

No perdió detalles hasta llegar a la terminal. En el andén, un hombre alto y humildemente vestido le gritó a lo lejos: Marquitos. Él no lo reconoce, pero presume: es el tío de su padre, y contesta con recelo. Efectivamente, lo confirma cuando escucha: eres el vivo retrato de tu padre. Sin embargo, hace un par de preguntas con sutileza de tipo familiar para corroborar y estar seguro, siguiendo así el consejo de su viejo, quien le advirtió sobre los muchos pillos de las urbes.

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Salen de la terminar y caminan por una gran avenida hasta la parada del transporte interurbano, vio a la gente transitar sin mirar a nadie, totalmente desconectados. Aunque dio reiteradamente los buenos días, no recibió respuestas. Tan distinto a la calidez acostumbrada cuando se deambula por el pueblo, inclusive, tuvo la impresión de ser tratado como loco. 

Dentro del autobús observó una mujer embarazada asida a la posa manos en el pasillo. Con desparpajo vio a personas tan jóvenes como él, impúdicamente sentados. Se dijo a sí mismo: soy un pueblerino con modales. Pero, ¿qué son estos? El recorrido duró una hora. Vio desaparecer las ciclópeas torres refulgentes, y las avenidas extrañamente ordenadas carente de vegetación y con poco espacio para caminar.  Concluyó, a manera de pregunta, ¿Será una ciudad para vehículos?

Al llegar al destino, una calle en bajada, llena de escombros a los lados y carros destartalados, pintan la otra cara de la gran ciudad. Los edificios sin frisos, y en formas imposibles de describir por lo irregular, le causan algo de repulsión imposible de disimular ante su pariente. 

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El tío lo mira fijamente y le pregunta sobre la carrera que desea cursar. Sonríe al recordar la gran indecisión al respecto antes del viaje y le contesta: Urbanismo, quiero transformar a las ciudades para que se parezcan a mi pueblo.


El relato está inspirado en el marco del Día Mundial de las Ciudades cuya celebración es el 31 de Octubre por la Organización de las Naciones Unidas

La ciudad es un invento genial de la humanidad, pero cuando estas crecen anárquicamente y sin planificación; traen consigo más problemas que beneficios.  En la actualidad, la mayoría de las personas viven en las ciudades. Las estimaciones rondan un 70 % de la población mundial. Por lo tanto, se hace muy pertinente afrontar los desafíos de cara al futuro. Un re-ordenamiento acorde con un cambio de paradigma para un mundo que vuelva a la esencia de lo que nos hace humano. 


Escrito por: @janaveda

Edición e imágenes: @fermionico


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