Una práctica justicia social | Contenido Original

Francisco contempla, desde la tercera fila de asientos, al profesor dibujar en el blanco pizarrón una gráfica que esquematiza los elementos que definen al constructo de justicia social. Durante la clase, los estudiantes escuchan con atención, pues los temas que van surgiendo afectan a muchos de ellos más allá de la retórica de explicar la ética y moral detrás de los argumentos elaborados.

Escuchan la posición que el sabio Aristóteles planteó a la sociedad de su tiempo, pasando por la adaptación que Tomás de Aquino le diera a las mismas ideas en una época de supuesto oscurantismo. Francisco está fascinado, toma notas, graba audios, y hasta fotografía los grafos que llenan la amplia superficie metálica con la moderna tableta recién adquirida vía online.

Fuente: Pixabay

Tomás, quien está al lado izquierdo de Francisco, levanta con insistencia la mano. Quiere preguntar sobre la igualdad de oportunidades, cuando escucha la interpretación personal del docente. No obstante, el profesor lo ve con desdén y no detiene el discurso, al contrario, dirige la mirada al fondo del auditorio haciendo gala de elocuencia.

Francisco menea levemente la cabeza, en señal de desaprobación, aunque al colocarse los zapatos del docente, entiende que él no quiere perder el hilo de las ideas que desarrolla. Tomás suele interrumpir con preguntas o aportes intrascendentes y hasta molestos. No obstante, también piensa en lo válido del derecho que el compañero ejerce.

Tomás baja la mano algo contrariado, Francisco voltea a la izquierda mientras este escribe con celeridad en el cuaderno frases cortas sobre la dignidad humana, justicia y equidad, erradicación de la pobreza, empleo, igualdad de sexo. La tinta del bolígrafo es de color rojo.

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El profesor, ahora con mucho énfasis, expone las ideas de los modernos pensadores católicos, en especial los de la orden jesuita, y los vincula con pensadores de la ilustración europea hasta llegar a los pensadores socialistas y su ideal de la convivencia pacífica y próspera que el estado debe proveer bajo la premisa de bienestar y bien común.

Suena el timbre indicando el final de la clase. Con las mentes encendidas los alumnos van al centro de estudiantes para atender a la convocatoria que el presidente estudiantil hizo por las redes sociales y panfletos entregados en las puertas de la universidad. Van a protestar en la plaza mayor en contra de las medidas socio económicas anunciadas por el Estado mediante cadena de radio y televisión. 

Francisco observa las pancartas que distribuyen los líderes y colaboradores entre la gran mayoría de los asistentes con lemas de justicia social, igualdad, tolerancia a las minorías de género, inclusión, derecho a un empleo digno, salarios justos. Recordó el discurso que el profesor acababa de dar en clase de ética para el trabajo, así como las notas del presidente del gremio estudiantil escritas en rojo.

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El anuncio del gobierno implica un aumento progresivo de los impuestos y la reducción de la jornada laboral con el propósito de disminuir el impacto medio ambiental. Francisco, piensa, «es un dislate total edulcorado con la promesa de una renta básica universal, mientras encuentran el punto de equilibrio que garantice la justicia social en pro del bien común». Quiere participar, no tanto porque apoya la manifestación, si no por la emoción que lo contagia y la curiosidad de vivir, por primera vez, un evento de este tipo.

Mientras camina, ve a Tomás, gritar a través del megáfono consignas a la multitud. Ve como durante el trayecto, más jóvenes de otros centros educativos se incorporan a la marcha. En poco tiempo, un mar de gente vocifera bajo la desigualdad, viva la justicia social.

A Francisco le cuesta entender cómo Tomás, siendo un estudiante regular, mas bien mediocre, desarrolle un carisma tan impactante y convincente. Quizás, no es el estudiante más destacado, pero como líder de multitudes, nadie le supera entre sus compañeros. Empieza a cuestionar el tipo de inteligencia que tiene.

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Al paso, la fuerza pública ha cerrado los accesos a la plaza mayor. Impidiendo con esta medida, el supuesto derecho de transitar libremente, y expresarse con libertad en manifestaciones pacíficas. Francisco también recordó lo aprendido en las clases de ética y sociología. El Estado, en teoría, es quien garantiza el ejercicio de los derechos y libertades individuales, y administra la justicia para quienes los violan.

Vio cómo los agentes del orden, sin mediar palabras, dispararon sobre las multitudes, golpeando con unos largos bastones a diestras y siniestras. Unas latas plateadas cayeron frente de sus pies y un humo blanco paralizó su respiración. No puede ver, le arden los ojos y la desesperación se apodera de él. Escucha una voz familiar ordenándole que no fuerce la respiración, mientras lo toma por el brazo, es el profesor de ética.

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Ambos retroceden. Francisco lleva sus manos a la cara, intenta restregarse los ojos, pero el profesor se lo impide y le echa agua. Las detonaciones y gritos, chorros de agua por todas partes terminan dispersando a los manifestantes, quienes ven frustrados sus propósitos.

La imagen de un hombre borroso en una cuadra, adquiere significado poco a poco. Es Tomás, quien megáfono en mano, alienta desde una posición segura, a seguir avanzando. 

El comentario del profesor retumba sobre las explosiones, «Todos son iguales de estudiantes. Cuando llegan al poder, utilizan los argumentos que les enseñamos para disfrazar sus mentiras y arremeten contra quienes deben proteger. Propugnan una justicia social solo para mantener los intereses de pocos y en perjuicios de muchos».

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Francisco reflexiona sobre lo experimentado, cotejando la teoría con la práctica. Entendió a las malas, el porqué Tomás escribió en rojo brillante las ideas que pretenden erradicar las desigualdades sociales. Una lucha hasta ahora sin fin, cuyo epicentro proviene, no en lo social, sino en lo individual. Una elección sin ética desprovista del amor al prójimo. Una quimera y justa aspiración del hombre.


Esta ficción está inspirada en el marco de la celebración del Día Internacional de la Justicia Social, decretada el 20 de febrero por la Organización de las Naciones Unidas como un día para reflexionar sobre lo importante de lograr el desarrollo social y la justicia social para la consecución y el mantenimiento de la paz y la seguridad en las naciones. Este año el tema fundamental, es un llamamiento a la justicia social en la economía digital. El tema, por demás interesante y controversial, está en la palestra de la opinión pública mundial, impulsado por el alza de las criptomonedas y los intentos de los estados en regularlas.


Escrito por: @janaveda

Edición e imágenes: @fermionico


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