El pequeño minero | Contenido Original

Marcos,  el mayor de tres hermanos, era un chico vigoroso y alegre lleno de ilusiones, quien como cualquier otro de su edad gozaba de una vida apacible bajo la protección de los padres. 

Al mediodía, solía esperar en el patio de la escuela a que sus hermanos, dos y cuatro años menores que él, salieran de las aulas para regresar por la vereda a la humilde casa en la ladera derecha de la gran montaña. 

Los verdes campos bajo el sol radiante eran siempre una invitación para los niños a correr hasta la puerta de la cerca de alambre. El último en llegar, era el responsable de lavar los platos luego del almuerzo. 


Marcos siempre llegaba detrás de Juan, mientras María, la campeona  indiscutida, abría el portón. El primogénito sonreía y alentaba al benjamín de la familia a continuar diciéndole que algún día, él vencería  y entraría primero a casa.

Los niños esperaban ver a su padre sentado en la mesa, leyendo el diario matutino, en cambio, vieron una silla vacía y a su madre recostada en el desván con los ojos enrojecidos por el llanto. 

Adolfo, el minero, huyó del hogar a otro pueblo en compañía de la moza que administraba la paga de la jornada de la mina.  

El primer almuerzo en familia sin su padre marcó un giro inesperado en la vida de todos. Abandonados a su suerte deberían salir adelante. 


Los días transcurrieron llenos de tristeza, en especial para Juan, quien por su corta edad no entendía el porqué del abandono de su padre, la rabia empezó alojarse en su corazón. María en cambio se apegó como nunca antes a su madre, quería devolverle la sonrisa.

Aunque el primer mes fue duro en el plano emocional, ahora se le sumaba la escasez de alimentos, a pesar de tener una pequeña huerta. Pronto Marcos le propuso a su madre una solución. 

Sin consultarle, él habló con la maestra para cambiar de turno. Así que solo necesitaba la autorización y el permiso de su madre para trabajar en la mina como los otros niños.


La primera reacción de Rosa fue negarse. Cambió de opinión cuando escuchó al pequeño Juan decirle que tenía hambre, y aunque María salía en las tardes a vender los excedentes de la cosecha de la huerta, comprendió que no era suficiente. Así que accedió  resignada a la propuesta de Marcos.

El trabajo del minero es peligroso, en especial en la temporada de lluvias.   ¿Cuántas familias enlutadas por un alud de tierra? Además, no era menos preocupante los problemas respiratorios asociados con el ambiente enrarecido y húmedo de las cuevas.

No obstante, Marcos estaba emocionado y se sentía grande al asumir el rol de sostén del hogar dejado por su padre. Extrañaría las carreras de regreso a casa en donde dejaba ganar a sus hermanos. Ahora era responsabilidad de María. Y de seguro, Juan gozaría del triunfo.


Un trabajo de medio turno en la mina y el compromiso de seguir estudiando  en las tardes.  Un trato que a Marcos le pareció justo y estimulante.

El pueblo en que viven, tuvo sus orígenes en la actividad agrícola. Con el hallazgo a mediados de siglo de grandes vetas de carbón, paulatinamente fue cambiando hacia la minería.

La mayoría de la gente abandonó el trabajo del campo en pos de la mayor rentabilidad en las minas, sin importarles los riesgos.

Con el despuntar del alba, Rosa, como de costumbre, despidió a sus tres hijos. La gran novedad era que en esta ocasión, Marcos, vestido con indumentaria minera, acompañaba a sus hermanos a la escuela para luego proseguir a la primera jornada en la mina.


Juan lo miraba con admiración, una mueca agria en el lozano rostro apareció al recordarle a su papá. María lo besó al despedirse deseándole un buen día, exhortándolo a cuidarse mucho. 

En la mina, el capataz recibió a Marcos y lo asignó a la cuadrilla de los aprendices. Para su sorpresa, él distinguió entre ellos, a dos de sus antiguos compañeros de clase, quienes desertaron de la escuela el año anterior.

La jornada fue más dura de lo esperado, no quedó ningún músculo sin dolerle. Ahora, sentado en el área reservada para los de su clase, luchó en mantener el lápiz en la mano y tomar apuntes.


Rosa lo esperó en el porche. El sol cayó raudo detrás de la colina. María regresó sonriendo con la canasta vacía, vendió todo. Media hora después, Juan, en el cuarto, miró a través de la ventana cuando Marcos abrió el portón y fue recibido por su madre con un fuerte abrazo.

La noticia del accidente en una mina del pueblo vecino, hizo que por la cabeza de Rosa corrieran los pensamientos más aterradores. Imaginó a Marcos tapiado. Una imagen que solía tener con Adolfo.

Aquella noche, Marcos les contó a Juan y María las proezas dentro de la mina, y como le costó respirar en las profundidades de la tierra. Los exhortó a estudiar, ser minero era para él, un trabajo temporal. Él sueña con llegar a ser un gran agricultor, mientras María, desea ser como su madre, y Juan, quiere ser como su hermano mayor, su héroe.


Marcos durmió como nunca, cansado pero feliz por la primera paga recibida a sus escasos once años. Satisfecho, porque ayudaría a sostener a su madre y sus queridos hermanos. 

Mientras tanto, en el pueblo vecino, una joven mujer lloraba con amargura   la muerte de Adolfo, quien le hizo abandonar a su familia tras la promesa de que nada le faltaría a su lado.

El relato está inspirado en el marco de la celebración del Día Mundial contra el Trabajo Infantil acordado para el 12 de junio por la Organización de las Naciones Unidas, cuyo propósito fundamental es concienciar al mundo sobre el problema de la explotación de los niños, y en la necesidad de eliminar esta aberrante situación.


Si bien, hay tareas que no son perjudiciales para los niños al no interferir con el pleno desarrollo de su individualidad. No es menos cierto, que hay otros trabajos que inhiben y los condenan a la pobreza.

En tal sentido, erradicar las causas y las condiciones que propician este tipo de esclavitud en la etapa temprana de los seres humanos, no solo es deseable, sino que es un imperativo moral y ético.


Escrito por: @janaveda

Edición e imágenes: @fermionico


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