La prometida | Contenido Original

Margot está en el cuarto en compañía de sus hermanos, los fuertes truenos y brillantes relámpagos les causan terror, pero ella agradece en lo más recóndito de su corazón por la repentina tempestad.

Miguel, el benjamín de la familia, la sujeta por la cintura con los ojos cerrados, llora desconsolado, Marta los observa con tristeza desde la protección de la manta remendada que heredó de su abuela.

El techo deja permear algunas gotas a través del entresijo de hojas de palma hacia las vasijas de arcillas estratégicamente dispuestas para colectar el agua. Así que la tierra bajo sus pies no se encharca.


Llueve durante horas y la tinaja mayor en donde vierten el agua de las vasijas está casi llena. Miguel duerme con los ojos hinchados mientras Marta le acaricia el negro cabello.

La madre entra al pequeño recinto y llama a Margot con una seña para que la siga. El temor apaciguado por la lluvia se reaviva en su corazón y resignada se levanta con sigilo de la cama de junco para no despertar al pequeño. 

Camina y cruza el umbral del salón contiguo apartando con su mano derecha la cortina azul celeste que funge de puerta. Las luces de las lámparas de aceite de coco  titilan cuando ella se dirige a la mesa en donde la espera un hombre encanecido con un rostro inexpresivo.


—¡Papá! —, exclamó resignada.

—Ven hija mía, siéntate al lado de tu padre.

Ella se apresura y toma asiento en el banco construido sobre la rola de un árbol. El zumbido del viento indica que las ráfagas golpeando las paredes de barro cocido aún se prolongarán por largo tiempo.

—Margot toma un poco de infusión de manzanilla que acabo de preparar —, le dice su madre en tono melancólico. 

Ella la mira con una tristeza honda reflejada en los grandes y negros ojos. Obedece y sorbe un breve trago con cuidado.


—Hija, imagino que ya el señor Juan no vendrá por ti.

—Papá, espero que cambie de opinión, ¡yo no quiero irme con él!

—¡No seas inconsciente, muchachita! Lo hacemos por tu bien.

—Papá, pero ¿qué puede ser mejor que vivir a su lado?

La madre la haló por la mano por debajo de la mesa con cierta brusquedad.

—Ya recibí la dote, y no puedo echarme para atrás. 

—Me vendiste, al igual que alguna de tus cabras.

—¡No seas insolente! Esta ha sido la ley desde tiempos más allá de los abuelos de mis abuelos. —Respondió alterado.

—Padre, yo aún soy una niña que quiero jugar con mis hermanos —, replicó con lágrimas en los ojos.


—Tu madre tenía tu edad cuando empezó a vivir conmigo.  

—Pregúntale si estaba feliz en ese entonces.

La madre abrió los ojos y tragó en seco mientras veía al regio hombre que le doblaba en edad. 

—¡Anda mujer que tienes que decir!

La madre palideció de repente, hasta aquel momento nunca antes tuvo la oportunidad de  refutar. Recordó el consejo que su propia madre le dio cuando fue entregada al hombre con quien vivía. Nunca le lleves la contraria. Ahora, Margot la puso en un predicamento.

—¡Contesta mujer! 

—No. —Respondió tajante dejando salir una bocanada.

El hombre quedó perplejo y mudo por varios minutos. La vasija cerca de sus pies se rebosaba mojándose la sandalia y sacándolo de la inmutez. Así que la tomó y la vertió  en la gran tinaja de la cocina. Tanto Margot como su madre, lo veían sin perderle el paso.


—¿No has sido feliz a mí lado? ¡Nada les ha faltado, yo trabajo de sol a sol sin descanso para que jamás pasen hambre!

—Si, nadie niega tu dedicación, pero ¿dónde está tu amor? —, replica de inmediato Margot.

—¡Cállate niña. Le estoy preguntando a tu madre! —, responde el padre en un tono áspero, fijando la mirada en su compañera.

Por primera vez, ella se levanta de la mesa para sorpresa de Margot y le increpa con dulzura.

—¡Creo que no debemos discutir delante de Margot y Marta! —, cuando vio por encima del hombro del contrariado hombre. Él voltea y ve la expresión de terror en la menor de sus hijas.

—¡Tienes razón!, es hora de irnos a dormir. ¡Ya mañana veré que haré con Juan!

La lluvia aumentó en intensidad como también los estruendos del cielo. Margot caminó hacia Marta, y la tomó de la mano conduciéndola de nuevo a la cama.


—¡Margot, no quiero que te vayas!

—¡No llores! Vamos a dormir

Las horas le parecen interminables, ella piensa en las últimas palabras de su padre y se pregunta, «¿qué quiso decir? ¿Será que cambió de opinión? No creo, él siempre cumple su palabra, y ya se la dio al viejo Juan.» 

Cuando el cansancio está a punto de doblegarla el canto del gallo la sacude. Pronto amanecerá y con seguridad su dueño aparecerá en su reclamo. 

Es incapaz de contener el llanto al escuchar que llaman a la puerta. Besa a Marta y a Miguel con tal sutileza, que no se despiertan. Observa a través de la ventana a varios hombres ataviados con impermeables y botas plásticas agolparse alrededor de su padre.  

Juan desapareció desde ayer, tras la crecida del río. Lo último que se supo de él, fue que a pesar de las advertencias, salió determinado a buscar a su prometida bajo un torrencial aguacero.


El relato está inspirado en el marco de la celebración del Día Mundial de la Población acordado para el 11 de julio por la Organización de Las Naciones Unidas para concienciar sobre la importancia y urgencia de atender el asunto del crecimiento poblacional y sus efectos.

En este sentido, la estrategia y los programas de los entes encargados para tales fines están centrados en garantizar el derecho a la planificación familiar.

Un aspecto alarmó al Fondo de Población de la ONU acaecido durante el auge del Covid-19 es el aumento de las desigualdades basadas en el género: violencia de género, matrimonio infantil y de mutilación genital femenina. 


Es una mácula para la humanidad que en pleno siglo 21, aún persistan prácticas denigrantes de la dignidad de la gente, en especial, en perjuicio de los más débiles, tales como lo son los ataques a las mujeres y niños.

En mi opinión, el fortalecimiento de la familia bajo valores decentes y compartidos coadyuvará a la erradicación de estas desigualdades.


Escrito por: @janaveda

Edición e imágenes: @fermionico


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