El Cacique | Contenido Original

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Sentado en la cama observa el armario, inspecciona la indumentaria que usará para atender a la importante comitiva que arribará mañana. Él vive con su esposa e hijos en la pequeña casa heredada de los abuelos de sus  padres, recibida como compensación por el desalojo de sus tierras. 

La comunidad, aunque pequeña, cuenta con servicios básicos. La electricidad se usa fundamentalmente para el alumbrado de las cuatro calles del campamento, y el agua proviene de los grandes ríos aledaños.


Por muchas generaciones ellos vivieron de la caza y la pesca en plena armonía con la naturaleza, pero lamentablemente la continuidad de su estilo de vida fue truncado por gente extraña que invadió los suelos sagrados en busca de oro y diamantes.

De niño escuchó las historias sobre las épicas batallas libradas por sus abuelos. Al principio, rechazaron con éxito a los invasores, pero muy pronto volvían al asedio con armas que nunca antes habían visto. Las lanzas y flechas no prevalecieron ante las llamaradas de las bocas de los rifles y revólveres.

No hubo opción que retroceder, mientras veían la destrucción de las montañas, moradas de sus hermanos animales, y el envenenamiento de los ríos en donde nadaban los peces que solían pescar.


La voz de su mujer interrumpe sus pensamientos cuando lo llama a la mesa a comer. No contesta, tan solo se levanta y camina hacia la sala comedor. Tres niños de aproximadamente nueve, ocho y seis años respectivamente están sentados en silencio a la espera que tanto su madre como su padre se sienten para empezar la cena.

Los niños se miran los unos a los otros con una pizca de picardía. La madre, una mujer aún joven y de una belleza singular, sonríe mientras el padre, el cacique de la comunidad, toma asiento sin decir una palabra.

Ella se posa al lado derecho y espera a que su marido tome la primera pieza de pan del plato principal para dar inicio a la repartición de la comida.

Miércoles está ansioso, y le pregunta a su padre por la actividad de mañana. El cacique lo reprende con energía diciéndole que el momento de la comida es sagrado y que tenga paciencia. 


Jueves y Viernes agachan las cabezas en señal de sumisión. No quieren perturbar a su padre como lo hizo Miércoles. Comen con lentitud en silencio, solo el sonido de las masticaciones distorsiona el ambiente.

Con el último bocado, Miércoles retoma la actitud inquisidora y sorprende a sus padres preguntándole el porqué de sus nombres. Jueves y Viernes miran con atención al cacique, quien sin inmutarse responde que no hay motivos, solo es para integrarnos con nuestros asiduos visitantes.

Miércoles no quedó muy convencido ni complacido con la respuesta de su padre. Él es un niño precoz con una inteligencia muy especial. Los ancianos de la comunidad lo tienen en alta estima y piensan en que él está llamado a grandes cosas entre su gente.


La madre mira al cacique pidiendo con un ademán autorización para intervenir, y sin esperar respuesta les dice a los niños que solo es una actuación, y que recuerden en sus mentes los otros nombres que tienen, esos que no pueden pronunciar los turistas.

Tanto Miércoles como los otros niños sonríen. El cacique también sonríe hasta que no aguanta más y suelta unas carcajadas tan fuertes, que retumba a través de las cuatro calles del campamento.     

Viernes pregunta si en esta ocasión podrá acompañarlos, y el cacique asiente con la cabeza. Solo le pone la condición de no separarse de sus hermanos, y les ordena irse a la cama, no sin antes arreglar los trajes que usarán mañana. 

Pasado un rato, se apagan las luces y todos se van a la cama.


El cacique permanece inmóvil con los ojos cerrados en el lado derecho de la cama. Piensa en la gran responsabilidad que descansa sobre sus hombros. Él no eligió ser cacique, al menos tan pronto, pero la muerte prematura de su padre precipitó la transición.

Veía en la actitud altiva y perspicaz de su hijo Miércoles, el temperamento indómito de su propio padre, la misma que lo hizo sublevarse ante los nuevos dueños de la selva.

Durante los últimos seis años, las concesiones hechas por las tribus del norte, han mantenido a raya las pretensiones depredadoras de los invasores. Claro, las autoridades tienen un doble juego, o al menos así parece, sospecha infiltrados en la administración de la reserva natural decretada por los invasores.


Al amanecer tendrá que sentarse en la misma mesa, y ver a las caras, a los hombres responsables de la muerte de su padre. Quizás, no fueron los autores materiales, pero eso no le exime de responsabilidad. La incompetencia de sus actos pone en peligro el territorio que por milenios cuidaron sus ancestros. 

Recuerda la agitada reunión con el resto de los caciques de la región para fijar la resolución conjunta. Crear un nuevo contrato social y renovar lazos  de entendimientos entre los pueblos que él representará en la convención pautada por un presidente que nada tiene que ver con ellos. 

Teme fracasar y condenar al olvido un estilo de vida. Él desearía abandonar con toda la tribu la comunidad, siente que las casas y servicios, más que comodidades, los vuelven cada día menos competentes para vivir en armonía con la tierra amenazada por el progreso.


Mañana será sábado, un día al que por lo general, arriban las aeronaves con decenas de turistas para dejar una impronta nociva, a pesar de la campaña de concienciación de cero desperdicios.  En esta ocasión, no vendrán turistas, solo burócratas, quien sabe que loco plan o propuesta traerán.

El objetivo del cacique es salvar a los suyos y al mundo que aún les queda.


El relato está inspirado en el marco de la celebración del Día Internacional de los Pueblos Indígenas acordado para el 9 de agosto por la Organización de las Naciones Unidas para concienciar y difundir el respeto de los derechos y al estilo de vida de los pueblos indígenas.


En un mundo cada día más homogeneizado por la tecnología, es importante preservar los rasgos sociales, culturales, económicos y políticos de sociedades ancestrales que aún perviven entre nosotros, que por su naturaleza son vulnerables y expuestas a discriminación.

La modernidad es bienvenida, pero también debemos preservar de donde provenimos.   


Escrito por: @janaveda

Edición e imágenes: @fermionico


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