Poner un grano de arena | Contenido Original

Desde mucho antes de salir las primeras luces ya está instalado en su mecedora, hojeando sin cesar sus queridos libros. A veces la cansada vista se niega a darle el gusto, se la pone difícil, le empieza una irritación fastidiosa, pero no hay nada que pueda contra su voluntad de acero.

Si el picor de los ojos es muy fuerte se levanta, lava los párpados con agua tibia y se coloca un pañito empapado con manzanilla, luego de unos minutos continúa el ritual matutino de lectura que lo ha acompañado en los últimos veinte años.


Dos horas más entregado a la fascinación de los libros y se dispone a preparar el desayuno, amasa las arepas, las tiende en el budare y pone a hervir el agua del café. Mientras espera regresa a la mecedora y recuerda aquellos lejanos días, siendo un hombre de sesenta años, cuando al fin aprendió a leer.



Fue en unos cursos nocturnos de una escuela lejana a su vecindario. Cada noche al regreso del trabajo paraba un rato en la escuela, sintiéndose un poco raro por lo avanzado de su edad. En su cabeza resonaba aquel dicho de “loro viejo no aprende a hablar”, lo atormentaba la idea de no poder lograrlo, pero él resultó un alumno avanzado y en menos de cuatro meses ya leía de corrido. Desde entonces su amor por los libros fue creciente, se convirtieron en sus compañeros inseparables.


Termina su desayuno y limpia con esmero la pequeña mesa. Un suave toque en la puerta le indica que ha llegado el primer niño, en algún momento irán llegando los demás. En realidad no son muchos, apenas cuatro, tres varones y una hembra, a sus ochenta años no puede atender un grupo mayor.


Desde el inicio de la pandemia Juvenal sintió la preocupación por hacer algo que sacara de la calle a los niños. Le inquietaba ver a los muchachos todo el día corriendo de un sitio a otro, sin que nadie se ocupara de remediar un poco la ausencia de la escuela.



Tomó entonces la decisión de convencer a algunos padres. No le fue fácil la tarea. Cuando les decía que se encargaría de reforzar el aprendizaje de la lectura y la escritura de los menores, lo veían con desconfianza. Algunos hasta se burlaban de él. ¿Y desde cuándo eres tú maestro…? Le decían en medio de risas ofensivas.


Juvenal se limitaba a responder, sin alterarse y con voz segura: es verdad, no soy ningún maestro, quizá nunca tuve la oportunidad de serlo, pero he leído muchos libros, a ustedes les consta todo lo que sé. A cada rato vienen a consultarme cualquier cosa. El hecho de que haya aprendido por mí mismo no le resta valor a mi conocimiento. Estoy completamente capacitado para enseñar a leer a cualquiera. Si lo sabré yo que aprendí a una edad donde me decían que era imposible.


Su peregrinaje de puerta en puerta logró convencer a ocho. De ese modo conformó dos grupos de niños, de cuatro integrantes cada uno, los que asisten alegremente de lunes a viernes a encontrarse durante una hora con la sabiduría de Juvenal.



En las noches el anciano repasa de memoria las lecciones que le daban, mira en su mente con cuidado cada detalle, pensando la mejor manera de adaptarse a los niños. De ese modo les ha ido creando actividades atractivas: juegos de palabras, sopas de letras, carteles para buscar la palabra escondida, todo con la intención de mantener el entusiasmo de los pequeños; paso a paso le ha ido ganando la batalla a la apatía y ha logrado que sus queridos conmilitones presten la atención necesaria para sacar provecho de los encuentros.


Los padres no dejan de sorprenderse de lo animado que están sus hijos, mucho más que con las clases regulares. Cuando alguien les pregunta cómo han hecho para avanzar tanto, les responden seriamente: ¡Nada, solo los llevamos a la escuela de Juvenal…!



Un nuevo día comienza para el anciano, tiende las arepas en el budare, pone a hervir el agua para el café. Y mientras regresa a la mecedora para continuar su lectura, no deja de pensar en ese tiempo maravilloso cuando aprendió a leer…


Cada veinticuatro de enero las Naciones Unidas (ONU) conmemoran El Día Internacional De La Educación, ha querido el Organismo Internacional que esta fecha contribuya a la toma de conciencia sobre la importancia que tiene la educación, no solo para mejorar las condiciones de vida de los pueblos, sino también para la realización personal.



En estos momentos de pandemia cuando muchas escuelas permanecen cerradas y millones de niños han quedado marginados de los beneficios de la educación, se hace necesario pensar nuevas formas de atenuar el problema. Ideas como las desarrolladas por el amigo Juvenal no tienen porque ser solo un texto de ficción. Son un ejemplo de lo que cada uno puede hacer en este momento difícil de la historia humana. Grano a grano se hace una montaña.


Escrito por: @irvinc

Edición e imágenes: @fermionico


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