Una justicia no tan justa | Contenido Original

Llegó está vez muy temprano y para su sorpresa, todavía la cola de gente era tan inmensa como la del día anterior. Entonces, la promesa de una vejez tranquila le pareció muy lejana aún.

Cuando empezó a trabajar, cuarenta y cinco años antes, escuchó la recomendación de su padre sobre cumplir con la obligación de ingresar en el sistema de pensiones, y así disfrutar como él, de la seguridad  social.

Lo curioso es que en aquel momento, aún su padre no contaba con la edad requerida para el goce de la supuesta reivindicación lograda en la lucha por la justicia social.


Pensó en retrospectiva, «mi pobre viejo no tuvo opción ni tiempo para gastar en vida la pensión». 

Si, aunque era una realidad cruda indeleble en su mente, también juzgaba que las circunstancias pasadas eran más propicias, en una esclavitud disfrazada y alienante que mantiene ocupado a muchos para sostener un sistema que beneficia a los más astutos.  

Ahora, él enfrenta una situación crítica e inédita, y se increpa el hecho de que era previsible. El estado de bienestar está vulnerado, y las arcas de  los fondos de jubilaciones saqueadas, o en el mejor de los casos, devaluadas.

Miró hacia adelante. Las cabezas encanecidas como la suya, eran incontables. Tuvo la intención de abandonar la hilera pero la necesidad fue más fuerte que la dignidad. Así que permaneció con paciencia en una forzada espera al inicio del avance hacia la taquilla del banco.


El sol apareció en el horizonte, y entre murmullos y quejas audibles espantan a la modorra natural del amanecido. Alguien cercano exclama lo  inconforme que está con este tipo de justicia social.

Lo mira con detenimiento, el rostro saturado de arrugas lo hace sentir joven al compararse con este. A lo sumo, le llevará unos quince años, calcula en su mente.

Transcurre el tiempo cuando el rumor de la apertura de actividades llega a él. Lleva algo más de cinco horas gastadas en tertulias espontáneas sobre las glorias pasadas.

Como profesor emérito en economía, quizás pudo haber elaborado un plan B complementario al propuesto por el Estado, pero inspirado en el idealismo prefirió confiar en la construcción de una sociedad mejor mediante la articulación y perfeccionamiento de un Estado moderno.


Él creía en el logro de una justicia social con base en el concurso, no solo de las mejores mentes, sino en la colaboración voluntarias de todos los ciudadanos sin importar cuales fueran sus participaciones. 

No obstante, tal vez fue ese su único error. Confiar con ingenuidad en propiciar el cambio de conciencia a través de la educación con valores,  más allá de la pura difusión del conocimiento técnico.

A media mañana, y en vista de lo lento del proceso, guardó silencio dando  rienda suelta a sus cavilaciones, mientras avanzaba como autómata. No en balde, el estudio dedicado de pensadores del pasado fue la pasión y alimento de sus propios pensamientos compartidos en las aulas.

Recordó una nota anecdótica sobre el intercambio de palabras entre el  canciller alemán Bismarck y uno de los representantes del partido liberal en donde este le increpó, a manera de queja,  que el sistema de seguridad social que impulsaba, haría al pueblo dependiente del Estado. A lo cual el canciller contestó, «ese es el objetivo».


Volteó la cabeza, y al ver los incontables iguales detrás de él, se dijo a sí mismo, «Bismarck lo logró con creces».

Ahora bien, aunque él creía en el bien común y en la igualdad entre los hombres. Cayó en la mentira, al extrañar las caras conocidas de  las élites de la sociedad en la cola. ¿Dónde está el rector de la universidad  o el decano de la facultad en donde trabajó?

Arrugó el ceño al recordar los chismes de sus colegas asegurando que este, quien también se jubiló con él, ahora navegaba en un crucero por las tórridas islas del Caribe. Sintió una envidia sana, pues cuántas veces este lo invitó a invertir con él en negocios de bolsas y criptomonedas.

En todo caso, él es el único responsable por la igualdad que disfruta en la cola.

Sacude la cabeza al escuchar a alguien comentar que pronto no tendrán que hacer cola. Con la amabilidad habitual que le caracteriza, le pregunta el porqué. 


El hombre sonríe respondiéndole con entusiasmo, que el proceso está vez ha sido lento porque el banco implementó el nuevo sistema del gobierno que modernizará no solo a las pensiones, también beneficiará a quienes están desempleados o en situaciones de riesgo.

El profesor quedó estupefacto al escuchar al hombre, luego de hacer una breve pausa, decir ante los atentos tertulianos, que están registrando o validando, según sea el caso, los datos biométricos con la finalidad de emitir la identificación digital requerida en la implementación de la renta básica universal.

Una duda razonable ronda su mente analítica con base en la pregunta sobre la fuente de los recursos financieros para sostener al nuevo sistema.   En su opinión, el modelo de pensiones está agotado y es insostenible, razón de los paupérrimos montos que reciben. Que si bien, son risibles. También son un derecho irrenunciable. Bueno, al menos en eso cree. Aunque, ya empieza a dudar. 

Sí, siempre supo que el sistema social era perfectible, y que algunos objetivos son utópicos en esencia. Inclusive, los más tangibles cambian en virtud del progreso material de la humanidad. Empero, intuye en la realidad circundante  que la justicia apellidada de social no es ni justa ni social en la práctica.  


El relato de ficción está inspirado en el marco del Día Mundial de la Justicia Social, acordado para el 20 de febrero de cada año por la Organización de las Naciones Unidas con el propósito de reconocer entre otros que:  “…el desarrollo social y la justicia social son indispensables para la consecución y el mantenimiento de la paz y la seguridad en las naciones y entre ellas, y que, a su vez, el desarrollo social y la justicia social no pueden alcanzarse si no hay paz y seguridad o si no se respetan todos los derechos humanos y las libertades fundamentales.” (Extracto de la resolución A/RES/62/10)

No obstante, la concepción en sí de la justicia social engloba una falacia en la práctica en la que teóricos discrepan sobre los postulados que la sustenta según sea la escuela del pensamiento académico. 

Lo cierto e importante del caso, es el anhelo de justicia en el hombre. Aquella que nace del consenso para adoptar y respetar leyes y normas que permitan la convivencia pacífica, en la que la gente pueda desarrollar sus potencialidades sin afectar negativamente a los demás.

Un anhelo que aún está en el campo de la utopía, a pesar de los significativos pero inestables logros de la humanidad en este campo.


Escrito por: @janaveda

Edición e imágenes: @fermionico


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