Dos claves para motivar efectivamente | Autor ganador del concurso: «¿Donde está el autor desconocido?»

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Desde que leí la narración de uno de los capítulos de la serie Tom Sawyer donde el intrépido personaje debe pasar pintado una cerca en día de descanso, me quedé prendado de la enseñanza que transmite.

Resulta que Tom debía pintar una cerca a petición de su tía, pero se trataba de un trabajo muy fastidioso para él. Cuando comenzó a pintar, un compañero de su barrio se acercó y quiso pintar un poco a lo que Tom respondió que eso no era posible, que se requería hacer el trabajo muy bien porque su tía era exigente. En realidad, Tom estaba generando el deseo de querer pintar al sugerir que era algo difícil y que quizá no estaría a la altura de la tarea.

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Su compañero le ofreció entonces una manzana como pago por dejarlo pintar, así que Tom se sentó a verlo hacer el trabajo mientras disfrutaba del fruto. Pero fueron llegando otros niños y en ellos también hizo despertar el deseo de pintar la cerca. Finalmente Tom pasó el día sentado mirando como otros pintaban por él, además que adquirió muchos artículos como pago de parte de cada uno de ellos.

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La lección era clara. La gente hará cosas si se siente motivado especialmente a ello, en lugar de sentirse obligado a hacerlo.

En mis tratos con otras personas a lo largo de los años he constatado la veracidad de esta ley de vida. No se necesita mucho para motivar a alguien a hacer algo agradable, pero hacer algo tedioso si necesita de la poderosa psicología de Tom Sawyer, o mejor dicho, de su autor Mark Twain.

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La gente debe sentirse retada a cumplir una actividad, debe querer demostrar su valía ante los demás para que esto la empuje, como hace el combustible con un cohete que va al espacio, a efectuar un trabajo particularmente desagradable y poco atractivo.

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La otra opción, la de obligar con amenazas, no resulta tan efectiva y tan remuneradora como la primera. Desde luego que se obtendrán resultados, la gente terminará haciendo aquello que le obligamos a hacer y en los términos que les imponemos, pero también ganaremos su antagonismo y su desprecio, especialmente cuando carezcamos de la autoridad suficiente para repetir la orden más adelante.

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En las escuelas, un maestro puede llevar una larga regla de madera para golpear las palmas de sus estudiantes si no hacen sus deberes. Mientras sea el maestro y los estudiantes sean niños podrá dominarlos y lograr su objetivo. Pero cuando sus pupilos crezcan, él sea más viejo y requiera su ayuda, quizás no encuentre la colaboración esperada.

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Así es como muchos, en distintas áreas de la vida, se han ganado a pulso muchos enemigos. Imponiendo a fuerza sus ideas y maneras, castigando con rapidez a aquellos que piensan diferente, olvidando que la Tierra gira cada día e ignorando que existe una mejor forma de lograr las cosas y motivar a los demás.

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Otra fórmula extraordinaria para hacer que los demás aprendan y logren avanzar en una dirección positiva, es destacar sus virtudes y cualidades en lugar de señalar constantemente sus defectos.

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Dicho sencillamente, es mejor encomiar que criticar, es mejor una palabra amable que un insulto, es más efectiva una sonrisa que sacar la lengua.

Cuando era joven, uno de mis maestros me enseñó que al corregir algún defecto en uno de mis estudiantes en lugar de decirle “¡No!” o “Esto está mal” les felicitara por lo que habían hecho bien y les pidiera que “cambiaran” lo que tenía algún defecto.

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Esta forma de enseñar logra corregir las fallas en los estudiantes a la vez que les deja con la sensación de estar bien encaminados en su aprendizaje. Además permite que exista un sano respeto entre maestro y alumno que generará más colaboración entre ambos.

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Este es un principio educativo, pero puede aplicarse en nuestro diario vivir. Salir a reclamar a gritos al hombre que recoge la basura donde vivo, solo porque deja tirados algunos papeles en el piso, lo único que logrará es que deje el piso muy limpio si yo estoy mirándolo, pero si no estoy, me dejará hecho un desastre mi jardín. Pero si salgo con una sonrisa y lo saludo y le doy las gracias por llevarse mi basura, le aseguro que valoro su esfuerzo y hasta le obsequio un vaso de jugo fresco; podré salir de vacaciones un mes y ese hombre no olvidará cada semana llevarse mi basura y quizás mi jardín sea el más limpio del vecindario después que pase el camión del servicio de aseo.

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Si me aprendiera estas dos filosofías, la de generar el deseo de hacer algo y la de encomiar con sinceridad, y las utilizara con celosa constancia cada día, seguro que lograría muchas cosas positivas, tendría que resolver menos desacuerdos y disfrutaría de un puñado adicional de tranquilidad.

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El personaje Tom Sawyer de Mark Twain al final del su jugada con la pintura de la cerca, tenía en su poder una gran cantidad de objetos y juguetes que los demás niños le ofrecieron por dejarlos pintar. Fue para él un sábado estupendo después de todo. Quizá podamos tener una experiencia parecida si procuramos aplicar estas dos claves para motivar efectivamente a los demás.

 

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Escrito por @latino.romano

Editado por: @fermionico

Gráficado por: @equipodelta

 

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