Manos que suman | Contenido Original

Todo es quietud en la fría tarde de la serranía del Norte. La neblina avanza ocupando los espacios. Ha concluido otra larga jornada  y Javier se mece despacio en  la espaciosa hamaca. 

En su mente va repasando la actividad del día. Es momento de cosecha, un tiempo donde todos los hombres, mujeres y niños y hasta los ancianos, si se sienten con fuerzas, se abocan con dedicación y esmero a recoger el grano. 

En canastos y utensilios de cualquier tipo cada mano tantea con cuidado, acaricia, y en un ritual que se pierde en el origen de los tiempos cada quien pide permiso a la mata antes de arrancar el fruto. Es la forma de agradecer a la naturaleza la generosidad con la que premia a las gentes de estas tierras.


Mucho se ha avanzado desde que Javier era niño. Por aquel entonces cada parcelero hacía las cosas a su modo, sin coordinación ninguna. A  ellos les bastaba con recoger los granos y dejarlos en manos de los que luego harían la molienda. A lomo de mulas bajaban los sacos de granos de la montaña. A pesar del gran esfuerzo los resultados eran poco satisfactorios, las ganancias que percibían mantenían a la gente en los límites de la subsistencia.

Pero el viejo Javier, su padre, era un hombre soñador. No se sabe de dónde sacó la visión de darle otro sentido a todo aquello. Se propuso cambiar las cosas y no cesó hasta lograrlo. El trabajo no fue fácil. Mucho le costó ir ganando la confianza de los parceleros. Durante años fue convenciendo a aquella gente obstinada de que podían lograr grandes cosas, pero para ello necesitaban unidad, aprender a trabajar en conjunto. Un gran reto para los que nunca han tenido la costumbre de compartir proyectos comunes.


Al final la idea del viejo fue calando, la gente comenzó a ver la diferencia y entusiasmarse con los resultados. El primer paso fue hacer más eficiente el traslado de los granos. Para ello procedieron a hipotecar las parcelas como garantía para un crédito bancario. Con ese dinero pudieron alquilar la maquinaria con la que abrieron  una gran trocha, lo suficientemente amplia para poder circular un camión de carga. 

Los parceleros quedaron impresionados de la velocidad con que podían bajar el grano a los centros de distribución. Las agotadoras jornadas de los arreos de mula habían llegado a su fin. Ahora disfrutaban de más  tiempo libre para ellos y su familia, algo inimaginable en cualquiera de las generaciones anteriores.

A una mejora seguía otra. De bajar solo el grano y dejarlo en manos de los distribuidores comenzaron a meterse en el negocio de la molienda. Luego ellos mismos montaron sus propios canales de distribución, crearon su propia marca, y el café de la zona cada vez era más conocido en el país.


El otro gran paso vino cuando lograron que la Universidad montara un proyecto de investigación para potenciar la calidad de las cosechas. Ya en ese tiempo el viejo Javier estaba muy enfermo  y a los pocos meses se despidió de este mundo.

Fueron los mismos investigadores los que convencieron a la comunidad que tenía que pensar en más. En rebasar los mercados nacionales. Entre todos reunieron los recursos necesarios para enviar a un representante de la Universidad con unas muestras de café a una reconocida feria internacional que se hacía anualmente en Alemania. El resultado de aquella inversión fue más que satisfactorio.

Al poco tiempo tuvieron la primera oferta de una casa alemana. Los universitarios se encargaron de gestionar todo lo concerniente a permisos fitosanitarios, aranceles de exportación y demás detalles técnicos. El café de la Sierra comenzó a calentar las tazas europeas…


Desde la hamaca Javier sigue  repasando datos, sacando cuentas. Le preocupa el compromiso de aumentar el cupo de exportación para este año, todavía faltan algunos quintales para lograrlo. En la mañana se pondrá de acuerdo con otros parceleros de una zona cercana que han manifestado su voluntad de sumarse a la cooperativa, así lograrán cumplir con el cupo. 

Mirando a través de la neblina piensa en el viejo Javier, su padre…le hubiese gustado saber hasta dónde había llegado su sueño…

Cada dos de julio las Naciones Unidas (ONU) conmemora El Día Internacional De Las Cooperativas. Ha querido el Organismo Internacional que la fecha sirva para tomar conciencia de la necesidad de apoyar este tipo de iniciativas. Son muchas las regiones del mundo donde las cooperativas han logrado mejorar las condiciones de vida de la gente. 


Las cooperativas facilitan la integración de las comunidades, les dan a las personas una visión más amplia para imaginar emprendimientos que puedan resolver proyectos comunitarios. Su impacto es profundamente ecológico, puesto que contribuye a fijar a las gentes en sus ambientes naturales. Además, son un medio eficaz para facilitar la superación educativa y  contribuir con el empoderamiento de las personas. 

El movimiento cooperativo merece todo el apoyo de particulares e instituciones. Las cooperativas dejan mejoras permanentes en  la vida de sus integrantes.


Escrito por: @irvinc

Edición e imágenes: @fermionico


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