El indigente | Contenido original

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Nicolás desde muy niño vio en un principio con miedo y luego con compasión, a los mendigos que acudían ante su padre en busca de pan.

El papá de Nicolás siempre salía con dos grandes bolsas de la panadería de la esquina y transitaba alrededor de la plaza mayor del pueblo repartiendo el pan a cada indigente que encontraba en su camino.

La cara desencajada sonriente y el afán por llevarse el pan a la boca causó una honda impresión en la mente de aquel niño, quien pronto contempló la idea de sumarse a la lucha de su padre por ayudar a los desposeídos.


Con el pasar de los años, la situación económica familiar fue empeorando siguiendo la inercia causada por malas decisiones y políticas gubernamentales. El pueblo, una vez pujante, ahora tiene la plaza atestada con nuevos indigentes.

Nicolás, quien crecía en tamaño y bondad, sufría al ver cómo su padre compartía el pan desde la misma bolsa destinada al hogar. Atrás quedó la bolsa exclusiva para satisfacer a los mendigos.  

La escasez golpeó por primera vez las puertas del hogar del adolescente, y veía cómo su madre se la ingeniaba para repartir la comida entre todos. Le preocupaba enormemente caer entre los indigentes a quienes pretendía ayudar.

Con la pérdida de los empleos, la gente tuvo que resignarse con subsidios insuficientes. Nadie escapó. Ni los empresarios, ni los últimos obreros de las únicas fuentes de trabajo: la planta de producción de energía y la fábrica de fertilizante. 


El joven Nicolás vislumbraba un verdadero cataclismo al llegar el invierno.

Muchos albergues y comedores públicos cerraron por falta de financiamiento estatal. Así que el horror creció muy pronto entre los líderes comunitarios con el aumento del frío.  

El hambre y la falta de un techo con calefacción acabó en aquel crudo invierno con los indigentes cuando Nicolás cumplía quince años. Un evento que lo marcaría para toda la vida.

Aunque los padres de Nicolás habilitaron la sala principal de la casa, y colectaron de los vecinos bondadosos víveres para sostener a media docena de indigentes. La mayoría abandonados a su suerte, no sobrevivió.

Un invierno fatal e inolvidable para quienes seguían en pie.


Nicolás se prometió a sí mismo, teniendo al cielo y la tierra como testigos, que hallaría una forma para evitar que el hambre y el frío volviera a hacer de las suyas. 

Pronto fue a estudiar en la gran universidad de la capital del país, y participó en paralelo en los movimientos estudiantiles más variados en defensa de los derechos universales del hombre. 

No obstante, Nicolás sintió sumergirse en el sistema que lo alejaba del propósito de vida. Veía manipulaciones por doquier. Una ideología con un doble discurso en sus primeros años que reforzaba lo que tanto quería cambiar.

Cansado, decidió abandonar la aspiración de heredar la cátedra de física aplicada y proseguir con su propio camino, teniendo como foco hallar una fuente de energía limpia y gratuita. 

Pensó en el tocayo célebre, quien fracasó como muchos otros idealistas del pasado.


Quizás, él  correría con suerte. Sabía que debía intentarlo. Al menos, no tendría remordimiento, si fracasaba. 

Durante años trabajó sin descanso en la teoría aplicada que acabaría con los mendigos del mundo. La prudencia lo hizo hermético en el trabajo principal, y exponer mamparas en los proyectos menores que satisficieron la codicia de los patrocinadores.

Recordó la cara sonriente del indigente, contagiándose a través del tiempo y el espacio.

De repente, cambió de semblante.

Aún el escollo más peliagudo permanecía intacto. Se preguntó cómo hacer que la bondad y el altruismo se extienda por el planeta. Quizás, debería guardar el prototipo hasta lograr un cambio de consciencia en la humanidad.

El problema estaba en que si los grandes maestros, quienes predicaron con el ejemplo habían fracasado. Inclusive, a pesar de la bondad manifiesta sin interés, hasta causarles martirios inimaginables por querer liberar al mundo de sus males. 

Nicolás no deseaba tal destino. 


Pensó en los efectos de los cataclismos. Si, al principio surge la solidaridad y la acción coordinada para superar las crisis. Pero muy pronto, alguien saca provecho de los males  de los demás, erigiéndose en una esperanza para los ingenuos.

En tal sentido, él era un ingenuo inteligente e ilustrado, pero desconfiado hasta de su sombra. No deseaba la suerte de Arquímedes, ni tampoco terminar los días como de su célebre tocayo. 

Tenía en su poder, el arma definitiva para cambiar al mundo. Sin embargo, cayó en cuenta que el mundo, aún no estaba preparado para semejante poder.

Así que, se debatió entre destruir o esconder el prototipo. Con seguridad en el futuro, alguien más listo que él, quizás lo descubriera por sí mismo. 

Nicolás sin dar explicaciones a los inversores dejó para siempre el laboratorio. No sin antes satisfacer la codicia de estos: cedió los derechos de los proyectos menores para que los patentaran, siempre y cuando, un porcentaje de las ganancias fueran destinadas a causas sociales. En especial, en la erradicación del hambre.


Un buen día, alguien vio irreconocible en la plaza del pueblo natal, a Nicolás, entre los indigentes.  Sonreía como nunca repartiendo varias bolsas de pan.

El pan provenía de la restaurada panadería que había quebrado en su adolescencia. Nicolás la renombró como “El Indigente”. Allí, los mendigos tenían crédito ilimitado y acceso a cualquier golosina, siempre y cuando estuviesen dispuestos a trabajar como repartidores en busca de otros mendigos. En especial, durante el invierno.


El relato está inspirado con motivo del Día Internacional para la erradicación de la pobreza el cual se celebra el 17 de octubre de cada año desde 1993, decretado así por la Organización de Naciones Unidas con el propósito de invitar a los gobiernos e instituciones del mundo a luchar para la eliminación de las causas y motivos que promueve la pobreza extrema y la indigencia.


La pobreza nos acompaña desde los albores de la humanidad. La escasez de alimentos fue el primer motor para la dispersión de los primeros humanos. 

No obstante, en la medida en que el hombre dominó el ambiente a través de la ciencia y la tecnología, las causas y los motivos de la pobreza migraron a otros estadios.

En tal sentido, si queremos erradicar la pobreza,  debemos empezar por el  cambio en la actitud y en el comportamiento hacia el prójimo. Solo así, encontraremos  el camino hacia una nueva humanidad.


Escrito por: @janaveda

Edición e imágenes: @fermionico


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