En busca de la prevención | Contenido original

Rafael espera ansioso la reunión. Luego de varios años de investigaciones su equipo de trabajo presenta por primera vez ante un ente gubernamental una propuesta que puede salvar muchas vidas.

Todo comenzó doce años atrás. Una tarde de octubre en la que Rafael y su padre estaban de compras por la ciudad en medio de una lluvia moderada y de corta duración. En pocos días el muchacho comenzaría sus estudios de medicina y el entusiasmo los embargaba a los dos. Alrededor de una taza de café conversaban animadamente sobre  los planes futuros.


De regreso a  casa comenzaron a ver señales inusuales. Ambulancias y carros de bomberos se dirigían en la misma dirección. Unos cuatro kilómetros antes de llegar a su destino una alcabala del ejército les impidió el paso. La orden era nadie pasa. Inútiles fueron las explicaciones dadas por el padre, los funcionarios comentaron que nada podían hacer. La zona donde vivían estaba incomunicada producto de un deslave de grandes proporciones.

Con resignación padre e hijo buscaron un hotel donde pasar la noche, no sabían que esa estadía solo era el comienzo de una historia que les cambiaría la vida para siempre…

 Lo más duro era no poder comunicarse con la madre, que por sentirse indispuesta había decidido quedarse  en la vivienda. Esa larga noche ninguno de los dos durmió. Las imágenes del desastre que veían por las redes sociales alejaron cualquier posibilidad de sueño…


Luego de dos días recibieron información de los funcionarios apostados en la alcabala. La vivienda que durante casi treinta años había dado cobijo a la familia estaba sepultada con toneladas de barro y piedra. Su madre figuraba en la lista de desaparecidos.

Cuarenta y ocho horas más tarde las autoridades pudieron extraer del barro  el cuerpo de Leticia, la madre de Rafael. El impacto para el padre y el hijo fue brutal, no solo habían perdido su  vivienda sino a la querida madre y esposa.

Desde aquel momento Rafael se prometió que entregaría su vida a la prevención de desastres de ese tipo. Como primera medida decidió dar por terminado el intento de ser médico. Se matriculó en la carrera de ingeniería con el firme propósito de dedicarse a la hidráulica. Cinco años después egresaba como ingeniero y al poco tiempo  completó dos másteres en la especialidad. Su interés pronto lo llevó a ser una eminencia en su área de conocimiento.


Por su alto nivel académico le fue fácil al joven ingresar como profesor de la Universidad. Allí fundó un centro de investigación dedicado a la prevención de deslaves. Lo conformaba un  equipo multidisciplinario compuesto por geólogos, geógrafos, ecologistas y gente dedicada a la creación de software para analizar big data. 

Usando todas las tecnologías disponibles el equipo de Rafael recopilaba millones de imágenes satelitales y de drones que monitoreaban cauces y laderas en zonas de alta densidad de población. Los estudiosos coincidían en que esos  eventos podían gestarse durante años, por lo que podrían ser detectados a tiempo, evitando de ese modo los resultados trágicos que producían. Se trataba entonces de crear un sistema de alerta temprana que permitiera minimizar los riesgos.

Los resultados de la investigación pronto comenzaron a dar frutos. Rafael y su grupo se dieron cuenta que el origen del problema se iniciaba  a partir de pequeños deslizamientos de tierra que iban formando  diminutos  bolsones de retención en las laderas y  los cauces. A lo largo del tiempo estos bolsones se convierten en pequeños diques que retienen mayores masas de agua, hasta que llegaba el momento en que se desbordaban produciendo un efecto bola de nieve con una potencia capaz de producir grandes daños.


La solución era entonces monitorear las laderas, recoger la mayor información posible y evaluar los modelos producidos por las computadoras para intervenir en el momento más adecuado. 

Los estudios  pilotos comprobaron la existencia de los bolsones así como la de  pequeños, medianos y grandes diques. Rafael y sus estudiantes llegaban hasta las zonas más difíciles para dragar y drenar lo que estaba a su alcance. Con esas pequeñas intervenciones se lograba aumentar sustancialmente la calidad de  la escorrentía, lo que sin duda minimizaba las posibilidades de desbordes producidos por taponamiento. En sitios más intrincados era necesario un personal más especializado y con otras herramientas, lo que ameritaba necesariamente la intervención del gobierno. 

El conocimiento generado por Rafael y los suyos fue compartido con investigadores de otras regiones con problemas similares. Todos concordaron que el aporte significaba una esperanza real en el difícil camino de prevenir desastres naturales. La recomendación era  ponerlo en práctica por las autoridades gubernamentales…

Con un gesto de la mano la secretaria del Ministro le indica a Rafael que es su turno para presentar la investigación. Sonriente entra a la reunión. Mientras prepara sus materiales una idea ocupa su pensamiento: “la ciencia ha cumplido, ahora es el turno de los políticos…” 


El conocimiento científico puede tener muchos usos; puede servir para producir un arma atómica capaz de erradicar la vida del planeta y también puede servir para crear una vacuna que nos aleje de una enfermedad mortal. ¿Por qué inclinarse hacia una u otra opción…?

Las Naciones Unidas  (ONU) es partidaria que la investigación científica deba orientarse a solucionar problemas que beneficien a las personas,  por eso ha establecido el 10 de noviembre de cada año como El Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo. Ha querido el organismo internacional que la comunidad mundial se sensibilice sobre la necesidad de utilizar el ingenio humano, expresado en la creación científica, para fines benéficos que contribuyen al desarrollo de los pueblos.

Gente como Rafael y su grupo, todos personajes de ficción, son un ejemplo de cómo la investigación científica puede hacer mejor la vida de las persona.


Escrito por: @irvinc

Edición e imágenes: @fermionico


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