Cuando la intolerancia manda | Contenido Original

Los cuatro están por ocultarse en una cueva y evitar el asedio de sus perseguidores. Cómo iban a prever, que el simple hecho de debatir en el podcast sobre sus creencias, despertara un vendaval de improperios digitales y que los obligaría luego a huir para salvar las vidas, sin ni siquiera permitirles acabar con el programa.  

Si bien, las creencias de tres invitados compartían el mismo origen. En el transcurso de los siglos, divergieron hasta formar inmensas comunidades que llegaron a enfrentarse cometiendo atrocidades dignas de bárbaros.

Un debate pensado en promover espacios para el diálogo, ahora que el conocimiento estaba disponible para todos, y las élites vociferaban vivir en una sociedad más civilizada y tolerante.


El ataque al estudio los agarró desprevenidos. La incursión del dron explosivo segó por desventura las vidas de dos de los tres anfitriones. 

Aturdidos y aún con zumbidos, oían consignas de odio en contra de cualquier creencia distinta a la de ellos. 

El anfitrión y moderador del podcast sobrevivió, aunque simpatizaba con los ideales de los perpetradores del acto terrorista, también era un defensor de la libertad de expresión y de culto. Así que, algo herido y consternado, no daba crédito a lo ocurrido.

La cueva era oscura y húmeda. Más el temor de ser atrapados y linchados, pudo más. El instinto de supervivencia los impulsó a internarse tanto como podían.

Descendieron guardando silencio mientras los ojos se adaptan a la oscuridad.  El anfitrión amagó con encender la linterna del celular, pero fue detenido de inmediato por el más viejo de los cuatro.


Asimismo, les instó a apagar los dispositivos. Añoraba la época cuando las baterías eran desmontables e intercambiables, tan solo con abrir la tapa trasera del móvil. 

Pensó en la probabilidad de ser ubicado por otro dron explosivo capaz de rastrear la señal telefónica. El más joven murmuró, no basta con apagarlos, recalcando, aún así podrían rastrearse con facilidad.

Debían darse prisa, concertaron en deshacerse de los mismos al menos por un tiempo prudencial.

Alguien debía salir de la cueva y esconderlos en algún lugar alejado. Pasado el peligro, podrían ir por estos.

El moderador herido quedó descartado de inmediato. De tal manera que uno de los tres hermanos en la fe, debía afrontar la posibilidad de encontrarse, cara a cara, con los intolerantes.


El más viejo les pidió confiar en él. Tomó los cuatro dispositivos y salió.

Cuando había pasado la media hora, los tres hombres empezaron a preocuparse por el viejo. El moderador recalcó entre dientes, que siendo él, cercano a las creencias a los perseguidores, quizás hubiese sido el más indicado para haber salido.  

El joven hombre de fe le replicó que no, aduciendo que habría sido considerado un apóstata traidor, y cómo huiría de nuevo, estando herido.

Resignados, callaron, mientras que cada quien oraba en silencio, a la misma deidad: pidiendo protección por el viejo.


En la superficie, el viejo caminó evitando la vereda. Atravesando con cuidado de no hacer mucho ruido entre los matorrales. 

Cuando juzgó una distancia prudencial, escondió los cuatro dispositivos e inició el retorno sin desandar el trecho. Debía asegurarse de dejar el menor rastro posible, aunque implica caminar el doble entre la maleza y buscar otra ruta de aproximación.

Dentro de la cueva, el eco de una fuerte explosión los sobresaltó. Pensaron lo peor, cuando vieron la sombra emerger frente a ellos. Era el viejo.

El moderador exclamó que el viejo tuvo razón todo el tiempo, y que de no ser por su fuerte creencia en la ciencia y el grado de avance de la convergencia de los datos, evaluaría en regresar y adoptar las antiguas creencias.


Todos se miraron entre las penumbras al escuchar tal aseveración.

El viejo sonrió, no le entendía en absoluto, preguntándole en cómo podía creer en que el universo sea una expresión compleja de datos.

No lo ves, contestó el moderador, hasta la explosión respondió a una secuencias de datos en el dron.

El joven hombre de fe dijo entonces, que quienes los persiguen también creían en la supremacía de los datos como fuente de la inteligencia que lo mueve todo. Sin embargo, no entiende el porqué, siendo una minoría, atacan a los miles de creyentes en el mundo.

El moderador replicó, la idea es simple, aunque estoy en desacuerdo, hay que destruir lo viejo y caduco para que emerja el nuevo orden de las edades por venir. En donde los datos, en forma de pensamiento, toman el control definitivo

.


Los tres hombres de fe cayeron en cuenta, que las minorías con poder, son tan dañinas como las mayorías basadas en dogmas intocables e inmutables.

Una fe ilustrada sin una ética racional que respete a lo humano, puede ser el motor de la destrucción de la humanidad que la creó. El conocimiento como arma de destrucción masiva sin sentimientos.

El hombre de fe que guardó total silencio desde la entrada en la cueva, los miró con compasión a través del espectral escenario. No cesaba de orar dando gracias por la supuesta desgracia: una muestra más de un poder incomprensible capaz de burlar a una inteligencia capaz de dogmatizar, al igual que en el pasado, a un hombre envanecido por un saber que lo supera y manipula. 

La imagen de la bestia había tomado vida de la mano de la intolerancia.


Este relato está inspirado con motivo al Día Internacional de Conmemoración y Homenaje a las Víctimas del Terrorismo  y al  Día de Conmemoración de las Víctimas de Actos de Violencia basados en la Religión o las Creencias   los cuales  se celebran el 21 y 22 de agosto respectivamente, decretados así por la Organización de las Naciones Unidas con la idea de recordar a las personas que fueron objeto de la violencia fundamentado en el odio y la intención de aterrorizar a quienes no piensan como los perpetradores. 

Sin duda, el terror es un arma muy antigua utilizada para quebrar la voluntad de las personas. Una conducta que los estados modernos deben, por razones éticas y humanitaria,  combatir sin descanso. Puesto que son los garantes de la paz social.

Es lamentable, en pleno siglo 21 que aún sea una tarea pendiente que pareciera más  bien ir en aumento cuando el conocimiento está al alcance de las mayorías.

Esperemos que la humanidad aprenda algún día, más temprano que tarde,  a vivir en armonía y  en tolerancia los unos para con los otros, sin distingo del color de la piel o cualquier  tipo de creencias.


Escrito por: @janaveda

Edición e imágenes: @fermionico


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